jueves, 28 de agosto de 2014

10. La Búsqueda de Identidad y Continuidad Histórica  en el Movimiento Evangélico

10.1. La Iglesia, la Modernidad y Posmodernidad en Latinoamérica

El Historiador Arturo Piedra sostiene que si bien hay algunos rasgos de la postmodernidad en nuestros países latinoamericanos, no se puede olvidar que su aparición se suscitó en otras latitudes, especialmente en Europa y Estado Unidos. Es decir, que la postmodernidad, llega a nuestra América desde otro contexto. Pero que a diferencia de Europa y los Estados Unidos, en América Latina no se ha experimentado a plenitud la modernidad que confrontan los posmodernos.  De allí, que hoy halla muchos en América Latina que estén todavía anhelando las mieles de lo moderno. Esto es innegable, pues hoy América Latina sigue sumida en una crisis severa en todas sus esferas. Desde la perspectiva económica, el proceso de globalización es un factor que impide el crecimiento de la región, y que combinado con el fracaso de los gobiernos de crear empleos, y la corrupción tan profundamente arraigada, son causas centrales de tan grave crisis económica.

¿Existirá pues, la postmodernidad en esta agobiada y sufrida Latinoamérica? Tito Paredes, señala, que hay varias maneras de acercarse al cambio sociocultural de nuestro mundo contemporáneo. Una de ellas es hablar de sociedades premodernas, modernas y postmodernas. Las primeras se caracterizan como anteriores a la revolución científica, las segundas se ponen debajo del paradigma del progreso científico y tecnológico, y la postmoderna cuestiona los aspectos absolutistas y racionalistas de la postmodernidad. Otra manera es usando la analogía de Alvin y Heidi Tofler. Ellos nos hablan del cambio sociocultural a través de la historia en términos de olas. La primera ola tiene que ver con la revolución agrícola, la segunda con la revolución industrial, y la tercera con la revolución informática.

Cabe entonces la pregunta, ¿en que ola estamos en América Latina? ¿Cuál es el paradigma predominante? Haciendo una analogía de la última teoría podemos darnos cuenta de manera que los paradigmas y olas de manera simultánea siguen vigentes. Existen por igual zonas agrícolas e industriales, al igual que aunque una minoría pero creciente población participa de la informática globalizada, siendo parte de la llamada aldea global. Pero a la vez hay un fenómeno digno de analizar, y es que la olas o los paradigmas coexisten paralelamente ignorándose mutuamente, o bien conflictuando unos con otros. Pero,  ¿realmente es posible la posmodernidad en América Latina? García Canclini asevera en relación a esta parte del continente, que es verdad que desde la perspectiva económica la posmodernidad se ve reflejada, pero a la vez se pregunta, si  tendrá en verdad sentido hablar de la posmodernidad en un contexto latinoamericano en el cual no hubo una industrialización sólida, ni tecnificación, ni ordenamiento socio-político basado en la racionalidad formal y material. Así que, ¿Cómo puede entonces América Latina abandonar los ideales modernos, cuando estos ni siquiera se han solidificado en la región? Si tal paradigma existe, ¿no debería entenderse desde otra perspectiva para este contexto tan diferente al de Europa y Estados Unidos? Acertadamente Margit Eckholt señala, “América Latina es un continente premoderno en traje postmoderno”. Hablar entonces de la posmodernidad en América Latina  no significa el fin de la modernidad, sino como García-Canclini señala, estamos en una pos-intra-modernidad.

Debido a que la modernidad y la postmodernidad son fenómenos que se han originado en Europa principalmente, a nuestra América Latina se le obliga a insertarse en un devenir que hoy en gran medida es ajeno a nuestro contexto. Tales pasos agigantados y desequilibrantes, nos obligan a vivir una postmodernidad diferente a la que se experimenta en otras regiones del planeta. Podemos concluir que la postmodernidad en América Latina no es la misma que la Europea. Sino que el análisis y la comprensión de la posmodernidad desde el contexto latinoamericano debe considerar la perspectiva histórica de su incorporación en la experiencia de la modernidad, la perspectiva histórica de su lucha en busca de espacios para ser hombres libres, y lo heterogéneo  de su cultura.

UN EFECTO CENTRÍFUGO: UNA NUEVA MANERA DE SER IGLESIA.
IGLESIAS  SIN DENOMINACION Y LA GLOBALIZACION RELIGIOSA.

El paradigma de la postmodernidad ha traído diversos efectos en el campo de la religión en especial el llamado pluralismo religioso, que no es otra cosa, sino nuevas formas de religión, lo que afecta en el quehacer de la iglesia. Más específicamente, está provocando cambios drásticos en la vida de la iglesia evangélica en América Latina. A diferencia del denominacionalismo en el paradigma de la modernidad, planteaba barreras profundas y distintivos indelebles de cada movimiento evangélico. En la postmodernidad, se está dando un cambio de perspectiva de lo que es la iglesia en general. Se está produciendo una apertura sin fronteras entre los diversos movimientos religiosos, los cuales están uniendo esfuerzos, o por lo menos teniendo acercamientos sin precedentes e imposibles en otros tiempos. La postmodernidad ha incidido directamente en la concepción moderna de ver a la religión como institucional, única, definida e intocable. El enfatizar en las profundas diferencias denominacionales a tal punto de excluir a los demás, hoy está en el olvido. Las iglesias institucionalizadas, establecidas como pilares e iconos de las sociedades, han quedado en el rezago, pues han sido incapaces de dar respuestas pertinentes y relevantes a las nuevas generaciones. Las que, ante la pérdida de la confianza en esos cuerpos eclesiásticos, optan por una búsqueda más orientada  en personas, que instituciones, en individuos, más que en lugares establecidos. Podemos decir entonces, que se está gestando  una nueva manera de ver a la religión y por ende a la iglesia. Ante este hecho innegable, podemos señalar sin temor a equivocarnos que las iglesias evangélicas especialmente en Latinoamérica están en un proceso de cambio. A las cuales en otros tiempos y por influencia de la cultura, las hemos entendido en términos de denominaciones. En otras épocas, los paradigmas denominacionales eran necesarios para  las iglesias en su teología, sus posicionamientos sociales, y hasta en la manera de hacer misión en el mundo. Hoy esas barreras denominacionales no son tan decisivas ni visibles, aún más se están derrumbando.

Ser parte de una denominación,  cada vez más deja de ser relevante, alejándose así sigilosa y rápidamente del llamado denominacionalismo, y aperturándose cada vez más a reconocer la pluralidad religiosa en que se vive. Todo esto nos lleva a plantearnos  preguntas tales como, ¿Qué significa lo denominacional hoy? ¿Qué significa hoy ser bautista, presbiteriano, pentecostal, metodista? ¿En verdad hoy se puede ser bautista, presbiteriano, metodista, pentecostal?   Pablo Deiros señala que es sorprendente el proceso de la revolución eclesiológica en la época actual, pues el protestantismo latinoamericano está dejando de ser marcadamente denominacional para configurar lo que se podría calificar como posdenominacional. El mismo autor manifiesta que todo parece indicar que estamos ante el desarrollo de un cristianismo evangélico no denominacional, pero no significa que las estructuras denominacionales dejen de existir, pero si está siendo superados por una nueva dinámica de fe y práctica.

Como afirma Arturo Piedra, las denominaciones están en crisis de identidad. Esto básicamente se debe a las fuertes influencias que ya se deja sentir en el llamado posdenominacionalismo, en el cual no existen las lealtades históricas. Las denominaciones se han transformado en sólo un pasado histórico religioso, ajeno e indeseable para las nuevas generaciones. Una razón para ello, es la tendencia a lo efímero que la posmodernidad misma postula como uno de sus valores. De tal manera que, el pasado como clave para el futuro ya no tiene importancia.  Aunado a esto, hay que reconocer que la iglesia evangélica en América Latina es una iglesia sin sentido histórico. Es una iglesia amnésica de sus propias raíces, y por ende, se encuentra en una permanente crisis de identidad. Es campo fértil a la vulnerabilidad de las modas, olas, herejías, y por tanto fácil de perder sus distintivos denominacionales. Claro que  la iglesia ha de ser sabia para no caer en el peligro de no perder su  identidad. Debe hacer una distinción clara entre lo que es esencia y lo contingente. Lo primero no debe ni puede cambiar pues se dejaría de ser cristianos e iglesia. Lo segundo, debe adaptarse según el contexto en que se vive. Por esencial, se entiende la obra salvífica de Jesucristo en la cruz del calvario, la aceptación por fe y gracia de Dios, y el establecimiento de un pueblo redimido por el plan redentor de Dios cumplido a cabalidad en Cristo, quien nos lleva a la vida por la eternidad. Esencia, que sin duda, está en la gran mayoría de las iglesias evangélicas en Latinoamérica. En relación a lo contingente podemos entender culto, métodos, estrategias, medios, a través de los cuales la iglesia expresa su fe en el mundo. Si bien esto no resuelve el gran reto que las iglesias tienen, si permitirá señalar los límites o fronteras que es necesario respetar, los cuales serán menester definir y delimitar dependiendo del contexto en el que la iglesia se desarrolla.

¿Dejarán entonces de existir las  eclesiologías denominacionales? ¿Está condenada a perecer la Eclesiología bautista, presbiteriana, metodista, etc.? ¿Estaremos frente a una renovación radical de las eclesiologías, para llegar a una eclesiología común, que si bien no signifique edificar una sola iglesia, un solo gobierno, una sola estructura, sí nos permita  que en medio de la diversidad  podamos ser uno en Cristo? ¿Serán las iglesias sin denominación y con una eclesiología común las que predominen en el siglo XXI? ¿Más que iglesias denominacionales, serán las iglesias globales las que sean punta de lanza en este nuevo paradigma? Además, esta nueva manera de ser iglesia, ¿será para bien de América Latina? ¿Qué peligros se corren sí en vez de cuerpos denominacionales existen iglesias sin denominación? ¿Este efecto centrífugo en qué contribuye en el marco de la pluralidad religiosa? Justo l. Gonzáles en su libro Mapas para la Historia Futura de la Iglesia señala que el mapa del cristianismo que nos servía hace algunas décadas ya no funciona, es un viejo mapa. Ante esto, Antonio Cruz describiendo como el cristianismo debe responder ante los desafíos globales, manifiesta que hemos de darnos cuenta que el centro de gravedad del cristianismo mundial (católicos, protestantes y ortodoxos) se ha trasladado al hemisferio sur. A inicios del siglo 20 el 80% de la cristiandad estaba integrada por europeos y norteamericanos, hoy a inicios del siglo XXI, el 60% de los cristianos están en África, Asia y Latinoamericano.

Este desplazamiento religioso se ha realizado más rápidamente que en cualquier otra época de la historia. Ante este rápido crecimiento se están generando polémicas pues ha habido una proliferación de diversas confesiones de fe, de tal manera que algunos están proponiendo una religión global que lo incluya todo, no importando el sincretismo y la pérdida de identidad cristiana Pero, ¿son positivas y convenientes las relaciones ínter confesionales, y el diálogo interreligioso? ¿Qué tipo de relación sería necesario mantener? ¿Será un mero dialogo entre los teólogos, o incluirá la convivencia y la cooperación día a día con personas de otras confesiones religiosas?  En este sentido, quizás  la mayor contribución del posdenominacionalismo es que está desafiando a las iglesias para que amplíen su visión más allá de sus estructuras, sin que esto, signifique la pérdida de sus propias creencias, sino que coadyuva a tener una cosmovisión mas amplia de lo que significa contextualizar el quehacer eclesiástico en términos entendibles para el mundo de hoy. A la vez, ante el desafío de la pluralidad religiosa, es motor de una interacción dinámica, del  diálogo y  cooperación con aquellos movimientos religiosos con quienes en esencia se tienen ideologías semejantes, y aún con los que a pesar de las marcadas diferencias es posible tener un acercamiento sin que esto signifique ser sincretista o perder la identidad y esencia del cristianismo.

B. MISIOLOGIA, UNA NUEVA DIMENSION.

Hoy la misión se ve como la iglesia-con-otros. Ya no es un asunto del esfuerzo de una iglesia o denominación, sino una red de personas e iglesias que unen esfuerzos coordinados en pro del evangelio. Pero, ¿Qué factores están provocando que emerja esta nueva visión misiológica? Una de las principales, es el llamado fenómeno de la globalización. El cual en su parte más luminosa sugiere que el desarrollo de las comunicaciones ha reducido al planeta a una especie de aldea global. Las distancias ya no separan a las personas. El planeta se ha hecho pequeño. Se han eliminado las fronteras entre las naciones, por lo que nadie se puede aislar del resto de mundo.  Ejemplo de esto, en Latinoamérica, lo encontramos en el cada vez y mayor creciente poder de la televisión evangélica, que están creando una manera distinta de llevar el evangelio a la región. Las redes sociales  están revolucionando el quehacer misiologico de la iglesia. Otro de los factores que está dictando y redefiniendo como hacer misión en este siglo, es el acelerado crecimiento de las grandes urbes a nivel mundial. Deiros analiza este asunto, y concluye que el protestantismo latinoamericano del futuro es un protestantismo eminentemente urbano. A fin de responder con el evangelio a tales demandas, las iglesias tendrán que cambiar radicalmente la manera en que definan su comprensión de la fe, sus estructuras eclesiológicas y su misión en el mundo.

Otro factor clave es el concepto de religión. Mardones, hace un estudio detallado al respecto, pero sólo hemos de mencionar que en este tiempo nos encontramos ante una vuelta de la religión. De tal manera que hoy más que nunca hay espíritus deseosos de encontrarse con Dios, aunque esto no signifique necesariamente que éste sea el Dios del cristianismo, sino que éste se busca por otros caminos a veces disparatados. Estamos pues ante una nueva era religiosa, que desafía a las iglesias evangélicas a redefinir su quehacer misionero. Vivimos en un ecumenismo envolvente, que reduce todas las religiones a caminos semejantes hacia Dios. ¿Cómo entonces, las iglesias evangélicas han de marcar diferencia en un mundo pluralmente religioso? ¿Qué y cómo hacer para que el mensaje del evangelio no se pierda en la inmensidad de las ofertas religiosas de nuestro tiempo? Siguiendo a Küng y a Bosh, Arturo Piedra señala que ante este paradigma ecuménico, las iglesias evangélicas deben tomar en serio el comprender bíblicamente lo que significa ser cristiano en el mundo globalizado. Por su parte, Antonio Cruz concluye su escrito diciendo que hay que replantear el denominacionalismo que nos ha sido traído desde fuera.

Sin duda, que cualquier estrategia para comunicar el evangelio en esta aldea global, se queda corta ante la realidad que nos rodea. Sin embargo, es un desafío inicial que nos debe mover a redefinir nuestras estrategias evangelísticas, las cuales ha de ser tan diversas como el contexto en que la iglesia vive y se desarrolla.  El efecto centrífugo al que hemos hecho referencia, nos deja con varias interrogantes a las que hemos de buscar ávidamente las respuestas si es que queremos ser luz y sal en el contexto que nos toca vivir. ¿Estamos dispuestos los cristianos e iglesias evangélicas a dejar a un lado nuestras barreras ideológicas y de praxis en aras de cooperar con inteligencia para así llevar el evangelio hasta lo último de la tierra? ¿Tenemos la madurez teológica como para dialogar con los diversos movimientos religiosos aún aquellos no cristianos, con la cultura, con la sociedad, la política y la economía sin que esto redunde en una pérdida de identidad? ¿Queremos en verdad alcanzar al mundo con el evangelio, de tal manera que esto nos lleve a redefinir nuestra fe, el quehacer eclesiástico y misiologico en términos que los tiempos actuales lo demandan? ¿Seremos esa generación de cristianos e iglesias que en vez de escondernos bajo el almud, enfrentemos este nuevo paradigma con éxito que redunde en el avance y establecimiento del Reino de Dios? Lo esencial nunca cambia. El ser humano sigue hambriento y sediento como en el tiempo de Isaías o de Jesús. Pero las maneras de hacer llegar agua al sediento no sólo evolucionan, sino revolucionan según el devenir del mundo. Y puesto que la iglesia no es inmutable, ni suprahistórica, entonces, hemos de enfrentar con toda seriedad, preocupación y sabiduría de Dios, todos los desafíos que este nuevo paradigma nos presenta.

UN EFECTO HOLISTICO: HACIA UNA NUEVA ESPIRITUALIDAD.

A. Espiritualidad en dos dimensiones.
Hay un innegable vacío espiritual del hombre posmoderno. La ruptura del mito cientificista y su promesa de construir un mundo mejor lleno de paz y de felicidad, esta causando un enorme vacío espiritual que esta llamando al hombre a un retorno a lo sagrado, a revitalizarse religiosamente, aunque esto no significa la revitalización del cristianismo. Esta búsqueda es producto de lo que Mardones llama post-secularización. A diferencia de la modernidad en la que el ser humano puso distancia de por medio con su creador dejándolo fuera de cualquier ámbito de la vida, y estableciendo así que Dios, la religión y lo sacro no son necesarios para sostener el mundo.  En este nuevo paradigma de la postmodernidad, hay un desencantamiento de la racionalidad, por lo que se está produciendo un resurgimiento de lo religioso, que permite hablar de la secularización de la secularización, la postsecularización. Este efecto vívido de la posmodernidad, es lo que podríamos denominar un efecto holístico, que se puede definir como el todo. El ser humano está buscando por todas las vías posibles satisfacer su hambre espiritual, aunque esto no signifique necesariamente que esto sea a través de los medios y/o caminos correctos. Mardones señala algunos síntomas que en el futuro nos estaremos enfrentando en el campo religioso, entre ellos enlista un creciente interés en el significado y propósito de la vida, una religiosidad enfocada en el individuo, el utilitarismo de la religión, y una relativización de las creencias cristianas. ¿Entonces hacia donde se dirige esta nueva espiritualidad? ¿Cuáles son los rasgos de esta nueva espiritualidad? .

Hoy estamos ante una espiritualidad en dos dimensiones. Por una parte,  este es el tiempo del redescubrimiento, y la revitalización religiosa, pero a la vez  se enarbolan dos banderas principales de la posmodernidad,   el nihilismo y el agnosticismo. El primero, como negación de cualquier creencia religiosa que a la postre atrofia a la espiritualidad del ser humano. Mata la fe, destruye la confianza, de tal manera que no se sabe si Dios existe pero tampoco importa demasiado. Y el último, que a diferencia de la modernidad  que negaba categóricamente la existencia de Dios, el  ateísmo posmoderno, dice que es imposible saber de la existencia de Dios. La dimensión agnóstica de la posmodernidad no se cansa de gritar a los cuatro vientos que ya no hay trascendencia, por lo que no hay que preocuparse de tales cuestiones. Esto por supuesto no significa que al postmodernidad es irreligiosa. Todo lo contrario, es ejemplo claro de que en la postmodernidad convergen una gran abanico de creencias, pues en una época de vacío espiritual permanece la nostalgia de lo religioso, aunque algunos pretendan negarlo y ser indiferentes.

A la vez, hay dos dimensiones notorias en esta búsqueda holística en la espiritualidad del ser humano postmoderno. Por un lado,  es inevitable reconocer el hambre espiritual del ser humano contemporáneo, pero lo es por igual la perversión de lo religioso. Esto se produce  especialmente cuando se convierte el culto en más que un acto de reverencia a la divinidad o a lo sagrado, en un ritual para manipularlo a su antojo. Estamos ante un fenómeno de redescubrimiento, de revitalización religiosa, pero también de distanciamiento y distorsión de todo lo religioso. No hay un sólo sendero, sino que proliferan los caminos, manifestaciones múltiples desinstitucionalizadas, libres, temporales, cambiantes, eclécticas y  fragmentadas.

B. Espiritualidad de la sospecha.
Deiros señala que América Latina ha pasado por un proceso de secularización, que aunque no es igual que el europeo que ha desplazado a lo cristiano, sí es notorio que la tradición ha ido perdiendo fuerza. Lo novedoso se ve con más simpatía que lo tradicional.  El cristianismo dominguero se ha ido tornando más común en los círculos cristianos. La práctica religiosa se ha visto fuertemente afectada, incluyendo la que se desarrolla en el seno de las familias. Esta nueva espiritualidad se muestra alérgica a los dogmas o doctrinas sistematizadas e intelectualizadas. Es por ello, que aunque el hombre posmoderno siente la necesidad de creer en algo, se resiste a integrarse al seno de una religión institucionalizada, de tal manera que las religiones históricas se ven como burocráticas y sin credibilidad. En palabras de Mariano Corbi: si queremos beber el vino no nos queda de otra que usar otras copas. El modus operandis de las religiones institucionalizadas quedó obsoleto. Esto es debido a que la sociedad plural contemporánea concibe la idea de que el mundo y la realidad puede interpretarse desde muchos puntos de vista diferentes. Todo depende del cristal con que se mire. Esto genera tarde o temprano un malestar de duda e incertidumbre. Los valores quedan cuestionados y los sistemas de vida tales como la familia, la política, o la fe religiosa quedan en una profunda degradación, especialmente aquella fe representada en alguna institución histórica. Es por ello que, hoy se confía más en la orientación y dirección de psicólogos, pedagogos, astrólogos, chamanes que la de un pastor, sacerdote o líder religioso. Ante este panorama, ¿Qué podemos hacer los cristianos latinoamericanos herederos de una de las grandes religiones a las cuales la posmodernidad declara como obsoleta y poco creíble? Es innegable que hay  un profundo reto al cristianismo evangélico. Mardones en relación a la pérdida de credibilidad del catolicismo hace una descripción de estos retos, que son aplicables por igual a las iglesias evangélicas latinoamericanas. El autor señala que algo ha sucedido, pues la misa aburre a los jóvenes. Hay acartonamiento en la liturgia en general. A la vez, hay una carencia de experiencia personal. Un ritualismo que no hace eco en el interior de las personas. Y una devaluación del cuerpo, menospreciándolo como si la religión no la hicieran y vivieran seres encarnados.

Podemos hacer un paralelo al respecto y decir, que algo ha sucedido en nuestras iglesias evangélicas que ha provocado un estancamiento de las mismas, sino en otros casos su extinción. Hemos fallado en la liturgia,  que ciertamente no tiene su razón de ser en el entretenimiento, pero que si ha de edificar la vida de quienes participan en él, pero que en la práctica no es relevante ni pertinente. Por igual, la expresión de las emociones, que aunque no son el foco principal en el que se expresa la fe, sí es parte elemental en la vida de todo individuo, pero que en gran medida ha sido reprimida sino es que satanizada. Y qué decir, de ese cristianismo superfluo, que encuentra su máxima expresión en una reunión dominical, pero que carece de trascendencia en lo cotidiano de la vida. Y peor aún, un olvido negligente del templo de Dios, el cuerpo, de tal manera que nos hemos convertido en más docetistas que los docetas mismos. Es de esperarse entonces,  que las críticas contra las iglesias denominacionales, especialmente las históricas sean recurrentes y destructivas. La fe entonces, se ve lejana a una institución o tradición, las cuales no son dignas de confianza, y por ende la verdad religiosa se fundamenta en la experiencia subjetiva del individuo.

C. Espiritualidad a la carta.
La religión se presenta hoy, no tanto como una herencia que se recibe, sino como el resultado  de una búsqueda, de una elaboración personal. La religión  se ha individualizado, y por ende la sensibilidad religiosa gira alrededor del individuo, de tal manera que cada persona puede construir como bien le parezca su propia religión, estamos pues, en la era de la privatización de lo religioso. Es por ello que, hoy se habla de la fe cómoda, pues el hombre mismo ha creado a su dios a su manera, y que no le demanda un comportamiento ético concreto o un estilo de vida determinado. Hoy se es creyente pero a la carta, se mantiene tal creencia, se eliminan otras, se mezclan los evangelios con el Corán, el budismo, etc., Vivimos en una época caleidoscópica del supermercado y servicio religioso. Estamos ante un cóctel de individualismo religioso. Peter Berger ante esta nueva configuración la llama “mercado religioso”; una abundante y variada cantidad de opciones espirituales que se ofrecen a los potenciales “consumidores”. Representa la negación de lo religioso a favor de una sacralidad cósmica. Un movimiento sin textos sagrados y sin líder, sin organización estricta y sin dogmas. Es una expresión de la espiritualidad de nuestro tiempo, en el que se está con sed de lo sagrado. Sin embargo, lo que ha resultado hasta hoy, es otro cristianismo a la carta, en especial en la liturgia, pues mientras el culto en las iglesias evangélicas históricamente estaba centrado en la predicación de la Biblia, con el surgimiento del culto como entretenimiento, la música compite con la predicación. Los púlpitos vacíos de las iglesias y la cultura del entretenimiento, son algunos de los factores que han provocado que el culto y la iglesia se vean como recreación, como al gusto de cada grupo.

Así que, cuando analizamos la liturgia evangélica latinoamericana, especialmente la carismática, que representa nuevas opciones o lógicas, hemos de reconocer que en realidad estamos ante una espiritualidad a la carta. Al estilo de la New Age, este es un retorno de lo premoderno. Época en la cual el hombre reposaba su fe en amuletos, reliquias o conjuros. Especialmente esto es fácil de distinguir por el sobre énfasis en la guerra espiritual y una imagen simplista de lo demoníaco. Entonces, ¿estaremos realmente ante una nueva lógica cultica contextualizada en América Latina, o más bien, será producto de la concepción de la religión del ser humano de hoy? Esto sin duda señala que aunque la posmodernidad nos abre la posibilidad de una nueva lógica en muchos sentidos, en especial la cultica, pero es probable que la liturgia sea mas hedonista que cristiano, más postmoderno que bíblico, y hasta más satánico que del cielo, con lo que se palpa que esta nueva lógica, en realidad es producto del paradigma de la postmodernidad.

Lo anterior deja en claro que esta nueva lógica cúltica está todavía muy lejos de ser la respuesta que las iglesias pueden ofrecer en su contexto. Lo que nos invita  a no imitar e importar modelos que se origina en otros lares, y adoptarlos sin reflexión alguna, como si éstos fueran la solución a las demandas de la sociedad en la cual está inserta la iglesia. ¿Qué hacer ante este gran mercado religioso que ha permeado hasta en las iglesias evangélicas? ¿Qué nos ha de distinguir de las demás ofertas religiosas? En un mundo secularizado el cristiano era fácil de distinguirse, pero en un mundo religioso, es en verdad difícil definir su identidad cristiana. Tal parece que las marcas litúrgicas ya no son los distintivos claves en la expresión de la fe, pues son imitados con facilidad por la gran masa de movimientos religiosos, o viceversa. Por lo que quizás, es la vivencia día a día de la fe, lo que será el único distingo visible de la identidad cristiana.

D. Espiritualidad emocional.
Hoy en día la falta de compromiso se observa en todos los ámbitos de la vida. Contrario a ello, se encuentra lo que Lipovetsky denomina “felicidad light”. El placer está masivamente valorado en todas las áreas de la vida. El deseo del hombre postmoderno es buscar más y mejores experiencias, pues no queda satisfecho con lo que tiene y experimenta. El ser humano postmoderno es un hedonista que anda en busca de la felicidad. Todo lo que le interesa es pasarla bien, concentrándose en su realización personal. Esta búsqueda está centrada especialmente en el consumismo. Ejemplos de ello, son, por una parte el deporte en general, que se ha convertido en una religión. Las catedrales son los campos de fútbol, de baloncesto, las pistas de tenis, autos, etc. Peregrinaciones tumultuosas se dirigen a estos santuarios cada fin de semana. Aunado a esto se encuentra la religión del cuerpo, pues hoy ocupa un lugar muy importante dentro de los valores occidentales, provocando un boom por lo light, que no obedece en primer término al cuidado de la salud, sino al culto del cuerpo. El narcisismo en su máxima expresión lo encontramos en el sobre cuidado que se le da al cuerpo, pues se debe ser alto, delgado y juvenil, que sepa moverse con dinamismo, elegancia y que físicamente sea  sexy tal cual un maniquí. Sin embargo, las iglesias evangélicas en América Latina, especialmente las de corte carismático no se escapan de esta espiritualidad emocional. Es frecuente encontrar frases tales como “Dios me ha hablado”, “Dios me ha revelado”. El acento recae sobre la experiencia emocional subjetiva del creyente. Las reuniones de oración, de alabanza y otras más están cargadas de emocionalismo que explotan a cada momento. La gente va a estas reuniones a descargarse emocionalmente. La música y las canciones reflejan esta espiritualidad, así como el desplazamiento de lo central de la predicación por el testimonio y la experiencia personal.

Míguez Bonino hace una importante observación sobre los consumidores de la religión, señala que el consumismo religioso se produce principalmente en los movimientos carismáticos. Lo primordial que prevalece en estos grupos es el hedonismo espiritual, la felicidad espiritual y la descarga del yugo pesado que lleva el individuo en su vida.  A manera de sumario de este capítulo, hemos de recordar lo que acertadamente  señala Paúl Tornier: “El error está en querer reformar el mundo sin reformar al hombre; el cambio de las instituciones es en vano si el corazón del hombre permanece sin cambio” . Siguiendo esta idea, ¿a qué cambios podemos aspirar en la espiritualidad de las iglesias evangélicas latinoamericanas sí nosotros mismos estamos atrapados en lo light, el emocionalismo, el consumismo y lo estético? ¿Cómo refrendar nuestra identidad cristiana cuando el mundo se ha metido hasta la médula en nuestras propias iglesias? ¿Cuáles y cuantas espiritualidades “evangélicas” existen hoy en América Latina? ¿Qué hacer para evitar que siga secuestrada la espiritualidad evangélica en manos de los grupos carismáticos que son campo fértil de la espiritualidad postmoderna? Las preguntas son vastas, sin embargo, las respuestas son todavía interrogantes sin resolver, pero el desafío permanece.

CONCLUSIÓN
Analizar a la posmodernidad y sus efectos en las iglesias evangélicas en América Latina es una labor ardua y compleja. Especialmente, porque en esta parte del mundo, hoy en su gran mayoría no se experimenta aún a plenitud el paradigma de la modernidad, por lo que, laposmodernidad toma un giro diferente al que se desarrolla en otras partes del planeta, especialmente al llamado primer mundo. Además, al ser este un fenómeno relativamente reciente para nuestra América Latina, todavía es difícil analizarlo, describirlo y sobre todo enfrentarlo. Sin embargo, sí es posible visualizar algunos efectos que se están gestando, para así proponer alternativas, soluciones y medidas viables para que las iglesias evangélicas, más que atemorizarse, puedan aprovechar este fenómeno como un puente hacia la sociedad, para realizar la misión que el Señor nos ha encomendado. En definitiva sí estamos ante un fenómeno que si bien, no es necesariamente una nueva época de tiempo, y que además se le ha dado un nombre dudoso y hasta quizás erróneo. Sí, es un fenómeno que podemos describirlo como una nueva actitud de ver la vida, un desencanto de los ideales de la modernidad, y que altera en gran manera a las iglesias evangélicas. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se está reescribiendo una nueva manera de ser y hacer iglesia en el presente tiempo. Se está gestando una eclesiología y misiología atípica a la modernidad.Sin rayar en el sincretismo, y en búsqueda de un diálogo real con otras confesiones de fe e ideologías, estamos siendo desafiados a enarbolar la bandera de Cristo, en vez de las barreras confesionales, que no sólo nos separan abismalmente, sino que fragmentan y detienen el avance de la obra del Reino.

El desafío, es que sin perder nuestra identidad cristiana, podamos dialogar e interactuar con aquellos que otro tiempo estaban alejados, aislados y menospreciados de nuestras redes de relaciones eclesiásticas, y a quienes veíamos con sospecha y hasta recelo. Pero con los que en gran medida, hoy, podemos unir y coordinar esfuerzos para el avance de la Misión de Dios. La cada vez más creciente pluralidad religiosa, nos desafía con su avasalladora hambre por lo trascendente, pero también con su avidez de pervertir y convertir al cristianismo, y a la religión en general en un exclusivismo religioso. Lo cual, no sólo es alarmante, sino que nos alerta, para que en la búsqueda de ser pertinentes y relevantes, no convirtamos al cristianismo, en una religión a la carta, superfluo y vano. Quedan  todavía algunos efectos por analizar, tales como la pertinencia de los sistemas de gobierno eclesiásticos,  las estrategias y métodos a utilizar para alcanzar al hombre posmoderno, y la participación activa en la vida social del cristiano, y otros más. Sin embargo, quiero enlistar una serie de enseñanzas que sin ser absolutos sí son útiles  para las iglesias evangélicas latinoamericanas en su ser y quehacer en el día de hoy:

La Posmodernidad nos ha dejado en claro que es imposible ser iglesia sin contexto. La Biblia ha de ser entendida en su contexto, pero también vivida en un entorno particular. Las iglesias evangélicas no pueden seguir pretendiendo “escapar” del mundo, como si esto las hiciera mas “santas”. Todo lo contrario, es en ese contexto en que las iglesias están insertas, en que su vida y misión toma relevancia y pertinencia. Es verdad, que el mundo sigue representando ese lugar de tinieblas, pecado, y rechazo del Dios Verdadero, pero, ¿no es acaso este el campo “fértil” en el que el Señor las ha dejado para ser sal y luz? No se puede seguir visualizando al “mundo” como enemigo del cual hay que escapar.  Todo lo contrario,  hemos de verlo, como ese lugar, que está repleto de hombres y mujeres necesitados urgentemente del el amor, la paz, y la justicia de Jesucristo. Hacer caso omiso, es condenarse a un aislacionismo y eclesiocentrismo lastimero que históricamente ha dañado.

La Posmodernidad nos ha dejado en claro que es impostergable el replantear una nueva eclesiología y misiología. Esas profundas diferencias que en otro tiempo se señalaban como insuperables entre las diferentes denominaciones, hoy, existen cada vez menos y están cerca de extinguirse por completo. El dialogo religioso y confesional es ineludible. Esto significa, que es inoperable que las iglesias sigan amoldadas a sus odres viejos y caducos.  Ya no podemos seguir “haciendo iglesia” como llaneros solitarios, como si sólo nosotros existiéramos en el planeta tierra. Este es el tiempo de la cooperación, que no sólo trasciende barreras denominacionales, sino también raciales, de idioma y de liturgia. La manera de ser y hacer iglesia, se ha revolucionado de tal manera que es inaplazable hacer los “ajustes” necesarios a esas eclesiologías y misiologías de importación, que sin relación con el contexto latino fueron implantadas y aun más ensalzadas como la “única” manera de ser y hacer iglesia. Toca ahora a las iglesias evangélicas, hacer una reflexión propia para llegar a una “nueva eclesiología y misiología” que sin perder las bases bíblicas, sí pueda ser representativa de esta parte del mundo tan diferente a otros lares del planeta.

La Posmodernidad nos ha dejado en claro que es insustituible una espiritualidad pagana y/o demoninacional por la espiritualidad bíblica. La nueva configuración religiosa del presente tiempo, es todo un reto especialmente para esta región latinoamericana que se caracteriza por tener una herencia religiosa pagana y que ha sido y seguirá siendo  campo fértil para casi cualquier movimiento religioso.  La confusión actual entre hambre y perversión por lo espiritual, es cada vez mas es notorio en el entorno latino. Esto ha permeado especialmente en los movimientos pentecostáles y carismáticos, visualizándose un sincretismo, o el llamado cristiano-paganismo. A la vez, es notable que las llamadas denominaciones históricas, sigan soslayando “su liturgia” como si ésta fuera latina y bíblica, negando así no sólo las enseñanzas de la misma, sino alejándose del contexto que les rodea. Todo esto,  nos alerta a hacer una reflexión profunda y seria de las Escrituras, para encontrar en ella, el significado pleno de la espiritualidad que el Señor desea del ser humano en el contexto particular en que vive y se desarrolla. Es menester entonces, dejar a un lado los modelos de espiritualidad de importación que no sólo históricamente han tenido como satánico todo lo que huela a cultura latina, sino que han sido exaltados como los únicos e innequívocos, lo que a la postre ha provocado división, incredulidad y sospecha. 

La Posmodernidad nos ha dejado en claro que es importantísimo formar un nuevo tipo de líder. En una cultura dominada por el consumismo, hedonismo, lo acelerado, lo instantáneo,  etc,. Se requiere de hombres y mujeres que tengan de Dios la imaginación, sabiduría, y la inteligencia suficiente no sólo para conocer su Biblia y la teología, sino para que de manera creativa traigan al “aquí y al ahora” el mensaje de Dios. El modus operandis de los teólogos no puede seguir igual que en otros tiempos. Significa entonces que las teorías, las ideas, los sueños, han de ser traídos y probados en la realidad en que vivimos. No podemos seguir formando a líderes que como dijera JohnA. Mackay: son teólogos del balcón. Cuando deberíamos bajarnos de él, y ser como el apóstol Pablo, teólogos del camino, de la vida diaria.

La Posmodernidad nos ha dejado en claro que es implacable con aquellos que la ignoran o la ensalzan. ¿Qué sucederá con todas aquellas iglesias evangélicas que en vez de  ver en este fenómeno una oportunidad para ser de influencia con su mensaje celestial, lo ven con miedo, sospechoso y peligroso, lo cual les motiva a encerrarse en su “propio mundo”?  ¿Estarán destinadas a desaparecer aquellas denominaciones que ignoran esta lectura de la realidad? ¿Aprovecharemos fielmente este tiempo como una oportunidad de Dios, para más que nunca hacer pertinente y relevante Su mensaje de salvación? ¿Qué peligros corren aquellas iglesias que én el afán de contextualizarse diluyan el significado y sentido de ser cristiano? La Posmodernidad ha llegado para quedarse por mucho tiempo, ignorarla, es el principio de nuestro fin. A la vez, visualizar a la Posmodernidad como “amiga” del cristianismo, no sólo es peligroso, sino es un error que nos puede costar muy caro. Más que nunca, no podemos pasar por alto, el anhelo expresado en la oración de Jesús, cuando dijo: Padre, no te pido que los saques del mundo sino que los guardes del mal. Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad (Jn. 17:15,17).

Este es un extracto de
http://www.recursosteologicos.org/Documents/Posmodernidad_y_sus_desafios.pdf

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