5. La Iglesia Evangélica Latinoamericana
Con frecuencia se habla del pentecostalismo como un “movimiento”, debido
a que la transversalidad de sus orígenes confesionales (metodistas, bautistas,
presbiterianos, etc.) hace difícil considerarlo como una “familia confesional”.
No obstante lo anterior, las iglesias pentecostales se organizan de una manera
relativamente similar a las denominaciones del protestantismo histórico:
comparten con ellas la fe trinitaria y la herencia de la Reforma , y cuentan
con algún tipo de organización central, ya sea de tipo episcopal o
congregacionalista. Carecen, sin embargo, de instancias que las representen a
todas en los niveles nacional, regional o mundial.
El pentecostalismo de origen protestante no es un movimiento reciente,
puesto que ya ha cumplido su primer siglo de existencia. Sus raíces
histórico-teológicas se hunden en el movimiento de santidad que durante el
siglo XIX marcó profundamente al protestantismo anglosajón. Este, a su vez, se
remonta al movimiento renovador de John Wesley en la Inglaterra del siglo
XVIII. En el contexto de una Iglesia en la que convivían, no sin tensiones, las
tradiciones teológicas y espirituales del catolicismo y del protestantismo,
Wesley predicó acerca de la santificación como una obra de la gracia
subsecuente a la justificación. Así, sin abandonar el acento protestante en la
gratuidad de la salvación, redescubrió la importancia del camino hacia la
santidad (perfección cristiana) y sus implicaciones para la vida personal,
social y para la misión. De esta forma, se sumó a otras reacciones
continentales (el pietismo y el puritanismo) frente a una ortodoxia protestante
que, en su defensa de la iniciativa divina, la sola gracia, había dejado muy
poco espacio para la piedad, para la ética y para la acción misionera.
Aunque Wesley no interpretó la santificación como una obra específica de
la tercera persona de la Trinidad esto es, como un bautismo en el Espíritu
Santo, sí lo hizo su contemporáneo (y sucesor como líder del metodismo
naciente), el suizo John Fletcher. Wesley no alentó esta línea de
interpretación, y aunque rechazaba la idea de que los dones y señales
extraordinarias del Espíritu Santo hubieran sido un privilegio exclusivo de la
era apostólica, prefería alentar el cultivo de los frutos –por sobre los dones-
del Espíritu Santo. Pero esta interpretación “pentecostal” de la santificación
ya quedo insinuada, y fue tomando cada vez más fuerza: el poder para la
transformación que implica el camino de santidad proviene del bautismo del
espíritu Santo, como también los carismas necesarios para el cumplimiento del
mandato misionero. Esta búsqueda del poder del Espíritu Santo caracterizó a los
avivamientos («revivals») evangélicos de fines del siglo XIX.
El nacimiento del “pentecostalismo clásico” se asocia generalmente al
avivamiento ocurrido en 1906 en Los Angeles (calle Azusa), Estados Unidos,
sobre la base de una enseñanza cuya difusión había iniciado Cherles Parham en
el año nuevo de 1900: la “evidencia inicial” del bautismo del Espíritu Santo,
según las Escrituras (Hechos de los Apóstoles), es el don de hablar en lenguas.
Este avivamiento, dirigido por un pastor negro (William Seymour) en un precario
templo, duró más de tres años y fue efectivamente un centro al cual llegó gente
de muchas partes, y desde donde partieron misioneros a distintos lugares de los
Estados Unidos y del mundo entero. La doctrina de la “evidencia inicial” sería
el acento teológico que separó al pentecostalismo del movimiento de santidad, y
que le otorgó su identidad. Sin embargo, hoy en día la mayoría de los
historiadores reconoce que este fue uno de los focos de mayor impacto en los
orígenes del pentecostalismo, pero no el único. Hubo otros avivamientos
contemporáneos e independientes, por ejemplo en India y en Chile, que dieron
origen a movimientos pentecostales que mantuvieron más fuertemente sus raíces
wesleyanas, y no adoptaron la mencionada doctrina de la “evidencia inicial”.
La presencia pentecostal en América Latina es mucho más temprana de los
que se suele pensar (los casos más tempranos son Chile: 1909; Argentina y
Brasil: 1910; Perú: 1911; Nicaragua: 1912; México: 1914; Guatemala y Puerto
Rico: 1916). Esto significa que la historia del pentecostalismo en América
Latina comienza antes que se constituyeran las grandes denominaciones
pentecostales norteamericanas o europeas. Mientras en Chile se trató de un
avivamiento local, en los demás países mencionados el trabajo lo iniciaron
misioneros solitarios o inmigrantes. Por lo tanto, la primera fase de expansión
pentecostal no contó con respaldo institucional ni financiero de denominaciones
norteamericanas o europeas. Casi sin excepción, en esta primera fase las
iglesias pentecostales crecieron en sectores rurales empobrecidos y en los
emergentes barrios periféricos. Por lo tanto, se trata efectivamente de
sectores de población que aunque hubieran sido bautizados, no contaban con
asistencia pastoral, lo que había debilitado su adhesión a la Iglesia Católica.
Los sujetos de esta evangelización han sido, en la mayoría de los casos,
personas del pueblo que han querido compartir su propia experiencia de
encuentro con Cristo.
Cuando décadas más tarde las denominaciones pentecostales
norteamericanas iniciaron su actividad misionera en América Latina, el patrón
de crecimiento basado en ministerios y recursos locales ya estaba establecido.
Por lo tanto, la importancia de misioneros y recursos extranjeros es mucho
menos significativa de lo que generalmente se supone, con la excepción de
algunas áreas con alta presencia indígenas. Los grupos más recientes, generalmente
denominados “neopentecostales”, no provienen del pentecostalismo clásico.
Históricamente, deben ser vistos más bien como derivados del movimiento de
renovación carismática que comenzó en los 1960s en las iglesias tradicionales
(Católica y Protestantes).
5.1. La Presencia del Pentecostalismo: Chile 1909
El metodismo de la Inglaterra del siglo XVIII, tanto desde el punto de vista
teológico como de su praxis de avivamiento es considerado el precursor genético
del pentecostalismo moderno. "La doctrina y las prácticas" de los
metodistas proyectarían el cuadro teológico del cual recibió su inspiración el
movimiento pentecostal moderno. Tal como había sucedido con la efusión
pentecostal en la Iglesia primitiva, John Wesley predicó que la salvación es,
en verdad, una oportunidad universal. Vinson Synan, destacado historiador pentecostal,
señala que "John Wesley, el indomable padre del metodismo, también fue el
padre espiritual e intelectual de los movimientos pentecostales modernos
derivados del metodismo en el último siglo". En relación al énfasis doctrinal
en la oportunidad universal y el libre albedrío, Synan señala: El metodismo, con sus fuertes raíces arminianas, en lo esencial fue una
reacción contra el calvinismo extremista que había dominado la vida social
religiosa y política inglesa durante el siglo XVII. Si los calvinistas
enseñaban que sólo los elegidos podían ser salvados, los metodistas afirmaban
que cualquier persona podía encontrar la salvación.
Siguiendo las apreciaciones del sociólogo David Martin, el surgimiento del
metodismo en el mundo anglosajón constituye un paradigma para la evaluación del
pentecostalismo en América Latina. Al describir el quiebre de la unidad
religiosa, Martin señala que "el telón de fondo de todo el drama es la unidad entre las personas y la fe, entre la
Iglesia y el Estado, entre la comunidad local y la Iglesia local, que la
Iglesia de Inglaterra intentaría mantener después de la Reforma". Ante
este escenario, la aparición del voluntarismo metodista se convirtió en una
poderosa contra-cultura, particularmente entre las clases bajas de los sectores
industriales en la periferia del norte de Inglaterra, más allá del centralizado
control religioso ejercido por la Iglesia de Inglaterra. Con el tiempo, de ese
modo, el metodismo fue capaz de dividir la unidad orgánica pre moderna entre la
Iglesia y el Estado. Todavía más, el metodismo proporcionó, según la tesis de
Elie Halévy, el nomos y el poder unitario que se requieren para
compensar la anomia social generada por la Revolución Industrial. Al describir
las condiciones críticas en que habían quedado los mineros del carbón a raíz de
la transición económica, y la alternativa espiritual que representaba el
metodismo, Halévy sostiene: La única influencia para contrarrestar tal
degradación habría de encontrarse en los repentinos brotes de entusiasmo
religioso. Fue en los pueblos mineros cercanos a Bristol y Newcastle donde las
prédicas de Whitefield y Wesley consiguieron sus primeros triunfos. En los
sesenta años que precedieron a nuestros días (1815), el metodismo ejerció una
influencia civilizadora entre los mineros, ya sea en Durham o en Cornwall.
Es más, tal como David Martin ha sugerido, la fuerza del metodismo "yacía
en su organización, la que era autoritaria en su forma y participativa en su
estilo personal. De esta manera, no obstante tener suficiente substancia para sobrevivir,
también podía expresar todas las resonancias de la igualdad ante Dios y ante
los hombres". Este sentido de igualdad tuvo una importancia capital, ya
que el metodismo inglés absorbió el impulso revolucionario que permeaba las
clases bajas europeas a fines del siglo XVIII. Al explicar este fenómeno,
William E. H. Lecky, prolífico estudioso de la historia de Gran Bretaña,
afirmaba que en una era en la que "un espíritu ha comenzado a circular en
Europa amenazando los fundamentos de la sociedad", Inglaterra quedó
eximida por "el nuevo y vehemente entusiasmo religioso que en ese momento
preciso experimentaban las clases media y baja, las que habían reclutado a gran
parte de los reformistas más indómitos e impetuosos, y se alejaban horrorizadas
de los postulados anticristianos asociados con la Revolución Francesa". Trasplantado
a Norteamérica, el metodismo contribuyó a forjar una cultura democrática entre
los descendientes europeos —en especial a través del milenario enfoque
perfeccionista y del acento en la actuación individual— y tuvo
considerable éxito entre los esclavos de África Occidental.
La acogida que tuvo en este último grupo es atribuible en gran medida a la
creación de un "espacio libre", separado (en la terminología de Martin),
para la población negra estadounidense. Aun cuando el movimiento se escindió en
torno al tema de la emancipación, en el espacio libre de las Iglesias negras,
la población afronorteamericana tenía ahora la oportunidad de establecer nuevas
autoridades, nuevas igualdades, y, lo más importante, una nueva voz —todas las
cuales constituirían pasos críticos en el camino a la libertad—. Tal vez la
naturaleza vivificante del metodismo prístino resonaba con los "estilos de
vida" inherentes al pasado africano. Por cierto, el estilo participativo y el modo
autoritario de la tradición metodista pasaron a ser algo verdaderamente
autóctono de los norteamericanos de color, y su fe viva llegaría a constituir
una parte fundamental del paradigma que es aplicable al ministerio pentecostal
dirigido a las clases bajas en Chile.
Es más, la tradición pentecostal emergió, con figuras claves, de las matrices
negra y blanca del metodismo norteamericano; dichas figuras, a su vez,
influyeron en el brote del pentecostalismo en Chile. Inspirados en los avivamientos
que tenían lugar en Estados Unidos, epicentro del pentecostalismo moderno, una
mujer misionera llamada Minnie F. Abrams comenzó a guiar avivamientos
pentecostales en su escuela para huérfanos e hijos de viudas en India. Ella
ejerció un profundo influjo en el surgimiento del pentecostalismo chileno al
enviar su libro, The Baptism of the Holy Ghost and Fire, al doctor Willis
C. Hoover y su esposa, con quienes había estudiado anteriormente en la escuela
metodista episcopal de formación de misioneros en Chicago. Este libro fecundo
describía en abundante detalle las vitales experiencias espirituales de sus
conversos y esbozaba a la vez los postulados teológicos que influirían enormemente
la obra de Hoover en Valparaíso. Al describir esas vivencias, Minnie F. Abrams
anota que los conversos "están recibiendo los dones del Espíritu, hablando
en lenguas, los enfermos son sanados... Allí donde la obra del Espíritu no se
ve obstaculizada... la gente experimenta el paso de la contrición a la
salvación, también de la contrición al bautismo del Espíritu Santo y del fuego,
y recibe poder a través de la oración". Apoyándose en temas salientes de la tradición
protestante evangélica, Minnie F. Abrams ofrecía un elaborado sistema teológico
que explicaba estas experiencias inusuales, y convenció al doctor Hoover de que
él debía impulsar un avivamiento similar en Valparaíso, Chile.
Basándonos en la apreciación de David Martin, el pentecostalismo emergió
en América Latina como una mezcla de los estilos analfabetos, vivificantes y
participativos del poder espiritual de antaño, cuyo punto de origen está en el
contexto moderno, post-alfabetización de Estados Unidos: Es evidente que el
pentecostalismo (...) permite a muchos de sus seguidores obtener un poder en
sus vidas que les puede infundir simultáneamente la posibilidad de
"mejorar" y de acceder a nuevos bienes de todo tipo, espirituales y
materiales, y a la vez los pone en contacto con cargas y descargas espirituales
albergadas en lo profundo de la cultura nativa, sea ésta negra, indígena o
latinoamericana. Los recursos de largo plazo en que ahora se basa la vida de
las personas se remontan a las tradiciones del avivamiento protestante y a
los antiguos mundos espirituales de los campesinos indígenas y de los esclavos africanos.
En síntesis, los elementos distintivos del pentecostalismo incluyen un énfasis
teológico en la salvación al alcance de todos y en el libre albedrío, combinados
con una capacidad inusual para integrar un cuerpo colectivo de creyentes y un
Espíritu Santo que provee el poder unificador necesario. Al observar la
expansión del metodismo, precursor teológico y práctico del pentecostalismo, el
cambio se inicia a nivel cultural, contribuyendo al quiebre de la tradicional
hegemonía Iglesia-Estado a través del estallido de credos evangélicos en las
periferias, más allá del alcance del control central. De la tradición metodista
trasplantada a Norteamérica emergieron ministros, tales como Minnie F. Abrams,
que inspiraron en forma crucial el desarrollo del pentecostalismo en América
Latina. Por último, pero no por eso menos importante, es evidente que en el
pentecostalismo se han fundido dos corrientes: la de la antigua vitalidad
espiritual y la de los tintes protestantes modernos de la nación más avanzada
del mundo en términos tecnológicos y económicos. Este antiguo dualismo
"antiguo-moderno" caracteriza, de hecho, la inesperada aparición del
pentecostalismo en Chile, a pesar de que el énfasis espiritual precedió
históricamente al posterior acento modernizador.
Willis C, Hoover, líder del despertar del pentecostalismo chileno en 1909,
era un misionero metodista estadounidense, que tuvo el tipo de carisma necesario
para romper con el orden religioso establecido. Los estudios de Max Weber
acerca de la fuerza del carisma nos proporcionan un modelo a través del cual el
carisma de Hoover puede ser evaluado. La
filosofía de la historia que postulaba Weber es implícitamente lineal y se
concentra en el fenómeno de racionalización, apuntando hacia lo que él denominó
el "desencanto" del mundo. Sin embargo, este proceso racionalizador
(o desmitificador) es revertido paroxismalmente en ciertos puntos por hombres
que poseen —y que tal vez están poseídos por— cualidades carismáticas. Para
Weber, Jesucristo tipifica la fuerza del carisma en el Sermón de la Montaña: La
actitud del carisma es "revolucionaria y lo traspasa todo; hace que un
soberano rompa con todas las normas tradicionales o racionales. El carisma
reclama la autoridad para el líder y emerge en forma extraordinaria a través de
la historia en oposición a lo que es común y tradicional. Este análisis weberiano
se puede aplicar, por dos razones, para describir el liderazgo pentecostal
chileno. Primero, el carisma como tal fue un elemento necesario para el
nacimiento del movimiento, y desde entonces ha sido requisito para el trabajo
pastoral. Segundo, el casi singular carácter que tiene el ministerio de los
pastores pentecostales contiene rasgos de ambos tipos de profetas: emisarios y
ejemplares. Si bien es cierto que ellos son principalmente profetas emisarios,
también encaran, en un grado significativo, el movimiento pentecostal. Willis
Hoover fue capaz, de asistir a otros en su participación del Espíritu bautismal
a través de la conducción diaria de encuentros de oración, en forma muy regular
desde 1907 a 1909, en la ciudad de Valparaíso. Hoover fue el principal líder de
este avivamiento. Logró ejercer su ministerio en forma eficaz entre la gente
común y proveyó el tipo de experiencia de culto que propiciaría un crecimiento
substancial de la Iglesia.
La Iglesia de Hoover no sólo se hallaba imbuida de intensidad y fuerza espiritual,
sino que se afirmaría en oposición a la cada vez más burocrática Iglesia
Metodista Episcopal existente en Chile. Esos metodistas se parecían sólo
remotamente a sus predecesores en Inglaterra y Norteamérica. La rutinización de
la tradición metodista en Chile se puede atribuir a su evolución desde una
religión de masas entusiastas a una religión de clase media. Con este cambio,
incluso muchos de los misioneros fueron afectados en su estilo ministerial y
sus prioridades espirituales, por cuanto pusieron más énfasis en la mente que
en el corazón. Pero Hoover no sufrió ese cambio de prioridades. De hecho, él y
su congregación parecían haber seguido el patrón del primitivo avivamiento metodista.
Turbada por la situación, la Iglesia Metodista Episcopal de Chile acusó a
Hoover de predicar doctrinas antibíblicas, antimetodistas. Aunque Hoover
(irónicamente) se defendió citando la historia del metodismo, la Iglesia
Metodista decidió que Hoover debía regresar a los Estados Unidos.
Resultado de todo ello, los feligreses de Hoover y otras dos iglesias disidentes de Santiago le pidieron que se quedara; y así lo
hizo. De este modo se creó la Iglesia Metodista Pentecostal. Lo importante es cómo
se creó: a través de la autoridad carismática. Aunque el doctor Hoover
había estudiado primeramente medicina y arquitectura, fueron sus "dones de
la gracia" los que lo calificaban, a juicio de sus seguidores, para este
nuevo y prolongado ministerio.
5.2. La Institucionalización Protestante: El
Congreso de Panamá 1916
De la
Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo 1910 (donde no se consideró la
posibilidad de la existencia legítima de misiones en la América Latina
católica), y del Congreso Sobre Trabajo Cristiano en América Latina celebrado
en Panamá en 1916, al Congreso Evangélico Hispanoamericano del Norte de América
Latina celebrado en la Habana en 1929, hay un mundo de diferencia. Panamá 1916,
permitió declarar a nuestra
región como “tierra de misión”, América Latina no podía ser declarada como zona
ya cristianizada, por que el catolicismo
había “adulterado” muchas verdades del Evangelio, era necesario predicar
la fe cristiana evangélica. Habana 1929 significó
históricamente la irrupción de los latinoamericanos en el mundo misionero
evangélico, como actores que se apropiaron del espacio teológico, político y cultural
que le correspondía.
La reunión se llevó a cabo en la zona del Canal de Panamá, del 10 al
20 de febrero de 1916. Se contó con la asistencia de 481 personas, incluyendo
230 delegados, de los cuales solamente 9 eran latinoamericanos de nacimiento. Con
más de una veintena de representantes latinoamericanos en la
delegación de 307 miembros. (Compuesta por 149 misioneros que trabajaban en
América Latina, además de los 159 delegados de Juntas, teólogos y especialistas
de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, España e Italia. Sorprende la invitación
a 174 “visitantes acreditados” de la zona del Canal y los 16 “anfitriones”. Hay
que añadir para tener el panorama completo que el Comité Preparatorio de las
varias comisiones contó con 219 norteamericanos para realizar los estudios,
toda una radiografía de América Latina y preparar los informes que se iban a
discutir en el Congreso, pero sólo invitó a 25
latinoamericano a participar en estas comisiones. El presidente fue el uruguayo Eduardo Monteverde, y
los misioneros John R. Mott y Robert E. Speer fueron vicepresidentes. Samuel
Guy Inman fue secretario ejecutivo. La agenda fue desarrollada por ocho
comisiones de trabajo, las cuales cubrían temas muy variados, desde exploración
y métodos hasta cooperación y trabajo femenino. El
Comité local para los preparativos de la logística del Congreso estuvo
presidido por el Sr. H. A. Smith, auditor del Canal. Recordemos que, además de
haber comenzado la Gran Guerra, el año anterior se había inaugurado el Canal de
Panamá como la obra de ingeniería más avanzada de la tecnología hidrológica de
la historia de la humanidad hasta ese momento, (obra en la cual, añado,
murieron miles de trabajadores latinoamericanos en accidentes del trabajo y víctimas
de la fiebre amarilla. Es importante señalar que en gran medida, el Congreso de
Panamá se debe a la lucha de Robert Speer, de la Junta de Misiones
Presbiteriana, quien luego de la negativa de Edimburgo, gestionó entre las
juntas que trabajaban en América Latina, la celebración de una Conferencia
Sobre América Latina. Esta se celebró en New York en marzo de 1913 en York, y
de allí salió el relatorio de 200 páginas, Conference on Missions in Latin
America, con énfasis en la cooperación de las juntas misioneras en la región.
Ahí se confirmó la ampliación del Comité de Cooperación de America Latina,
comité que todos conocimos en algún momento por su historia en la región. A
partir de esa Conferencia de 1913, se hizo inevitable la celebración del
Congreso de Panamá y luego, el Congreso de la Conferencia Misionera
Internacional, de Jerusalém 1929 donde se declaró a la América Latina, como
territorio misionero legítimo.
El
Congreso de Panamá fue muy respetuoso de la cultura latinoamericana y del
trabajo pastoral de los latinoamericanos; dejó atrás el tosco anticatolicismo
fruto de la propaganda a favor de la intervención de E.U. en la guerra
Hispano-Cubana del ‘98; convocó con fuerza la conciencia de Juntas y misioneros
para apoyar los esfuerzos de los nacionales con el fin de adelantar el nivel
educativo e intelectual de las iglesias y de los pastores mediante el trabajo
de instituciones ecuménicas de seminarios teológicos, escuelas, colegios,
universidades y el trabajo de instituciones de servicio como los hospitales,
pero además, advirtió y promovió, que de ahí en adelante el trabajo de las
iglesias debería comenzar a pasar a manos de los nacionales. Hay que señalar
además, que el Prof. Eduardo Monteverde de la Universidad de Uruguay fue electo
para presidir el Congreso, en el que Rebert Speer presidía las sesiones, el Dr.
Samuel Guy Inman hacía de Secretario ejecutivo y el Dr. John Mott, presidía las
sesiones de negocio. Pero a diferencia de los próximos congresos
latinoamericanos. Panamá identificó el problema de la educación como la causa
fundamental de las injusticias y desigualdades en América Latina. Quedará
entonces, para Uruguay y la Habana entrar en las causas socioeconómicas y
políticas.
Quedaba
pues, relegada al pasado, aquella ideología misionera del Secretario General de
la Sociedad de Misiones de la Iglesia Congregacional del oeste de Estados
Unidos, Dr. Josiah Strong, expuesta en el "best seller" de su tiempo,
Our Country, Its Possible Future and Its Present Crisis, usado por las revistas
denominacionales para promover la guerra de invasión a Cuba, Puerto Rico y
Filipinas, donde Strong escribía, entre otras cosas: El mundo tiene que ser
cristianizado y civilizado, Hay cerca de mil millones de la población mundial
que no gozan de civilización cristiana, Hay que sacar doscientos millones de
estos del salvajismo…y con estos vastos continentes añadidos a nuestros
mercados, con nuestras ventajas naturales logradas por completo, ¿qué puede
impedirle a los Estados Unidos convertirse en el taller del mundo…esta poderosa
raza se moverá sobre México, sobre Centro y Sur América sobre las islas del
mar, aun hasta África y más allá?. La Conferencia celebrada en Montevideo en
1925, con el nombre de “II Congress on Christian Work in Latin America”. A
pesar de que tuvo numerosos delegados latinoamericanos, fue preparado por los
misioneros norteamericanos y fueron ellos los presidentes de las comisiones, llevándose
a cabo en dos idiomas (A este Congreso, también, como al de Panamá, se invitó
la Iglesia Católica, la cual el Obispo de Montevideo respondió con la amenaza
de excomunión a los católicos que asistieran, acusó a los protestantes de
agentes de los yanquis acusándolos de planificar la conquista religiosa y
política de América Latina.)
Sin duda, el Congreso de Panamá marca un hito en la historia del
movimiento evangélico latinoamericano. Ahí los líderes evangélicos misioneros
adquieren conciencia de su propia identidad y sus propias fuerzas. Podría
decirse, además, que el Congreso representó el clímax de las aspiraciones, el
pensamiento y aun las inconsistencias misioneras protestantes de esta época y
marca el inicio de otra etapa en la historia evangélica del continente. Es uno
de esos eventos que funciona como una bisagra en el desarrollo histórico de la
región.
Podría decirse que este cónclave fue una anticipación del camino que
el movimiento protestante seguiría. En primer lugar, marca el inicio de los
esfuerzos de unidad y cooperación que estimularían diversas clases de reflexión
teológica a distintos niveles en el continente. Su influencia puede verse en el
hecho innegable de que una de las rutas más evidentes en la teología evangélica
latinoamericana en el siglo XX fue la búsqueda de acuerdos en cuanto a una
variada cantidad de temas concernientes a teología, ministerio y misión en el
contexto del continente. Esos intentos ayudarían a la emersión del movimiento
ecuménico latinoamericano.
En segundo lugar, el Congreso es una especie de cumbre en relación con
la preocupación social de los evangélicos. La razón principal era la afinidad
en varios niveles entre la obra evangélica y el movimiento liberal modernista.
Sin embargo, surge una contradicción en cuanto a la labor social. Existen en
Panamá evangélicos que abogan y apuestan por un mayor involucramiento social en
el continente, pero, a la vez, existe una sospecha hacia el llamado
"evangelio social". Esa desconfianza lleva a muchos a "eliminar
la extensión social de sus objetivos expresos". Míguez Bonino le llama a
esta dicotomía una postura "conservadoramente progresista". Por otra
parte, los grupos evangélicos que luego llegarían a ser mayoritarios, como los
pentecostales y las iglesias provenientes de las misiones de fe, no se
involucraron ni estuvieron conscientes de las discusiones teológicas de Panamá,
Montevideo o La Habana, los congresos siguientes. Debido a ello, desde el
Congreso, y aun antes, existe una tensión permanente dentro de la teología y la
acción de las iglesias latinoamericanas: ¿deben los evangélicos involucrarse en
tareas de acción social como parte de la misión, o no? La pregunta ha dado
lugar a divisiones, sospechas, ataques y hasta condenas dentro del movimiento,
y determina, en buena medida, qué clase de evangélico es cada individuo.
En tercer lugar, la educación recibe una gran atención y promoción.
Con ello, los delegados reafirman la confianza casi ciega que el sistema
liberal le tiene a la educación como medio para escalar socialmente. El
Congreso hace seis observaciones al respecto. 1) El alto porcentaje de analfabetismo
en América Latina demuestra su necesidad educativa. 2) La educación evangélica
debe ser técnicamente igual a la educación estatal. 3) Se debe procurar
alcanzar a los latinoamericanos cultos. 4) Los líderes latinoamericanos
necesitan una visión educativa distinta a la ya abandonada perspectiva
católica. 5) La preparación educativa de los líderes latinoamericanos es
inferior. 6) Las escuelas misioneras deben enseñar técnicas industriales y
agrícolas para mejorar la economía de los pueblos. Resultados indirectos de
este énfasis en la educación son el movimiento juvenil en la década de los años
treinta y el movimiento estudiantil universitario unos años después.
En cuarto lugar, el Congreso aumenta la confianza y le da un gran
impulso al movimiento evangélico como un todo. Ahora, las misiones tenían un
"cuadro general de la labor protestante en América Latina", la cual,
a pesar de sus defectos—como la falta de aplicación misionera a las necesidades
del contexto y la falta de reconocimiento de las diferencias entre
misiones—sería un magnífico punto de partida y referencia por muchos años. Ese
impulso daría origen, junto con otros factores, al crecimiento inusitado del
movimiento protestante en esta región del planeta.
5. 3. Las Repercusiones de los Congresos Evangélicos:
La Educación Teológica
De
la Conferencia de Edimburgo salieron tres grandes movimientos que después confluyeron en la
institución ecuménica de origen protestante que es hoy el Consejo Mundial de
Iglesias." Sin embargo, un grupo de participantes en Edimburgo 1910
propició una forma de subsanar el error anglocatólico. Surgió así el Comité de
Cooperación en América Latina que fue el organismo que preparó el Congreso de
Panamá." Esta reunión fue decisiva para el futuro de la obra evangélica y sus efectos se dejaron sentir en
acuerdos diversos de cooperación misionera, estudios de la realidad del
continente y planes de trabajo conjunto. Algunos de los responsables de este
Congreso eran militantes convencidos del ecumenismo y al mismo tiempo
entusiastas de la evangelización: Robert Speer, Samuel Guy Inman y John R.
Mott. Evidentemente, tenían un criterio diferente del de los anglocatólicos de
Edimburgo 1910. Después de Panamá, el
Comité de Cooperación organizó otros dos eventos importantes: La Conferencia de
Montevideo, 1925; y la de La Habana en 1929.. La participación del liderazgo evangélico
latinoamericano fue aumentando en estos eventos. El trabajo del Comité se
reflejó en varios aspectos de la obra evangélica y en Educación Teológica. Las iglesias históricas, si bien
recibieron durante décadas pastores provenientes de Europa y EE.UU.,
especialmente en el siglo XIX, impulsaron la formación de sus propios agentes
pastorales. Por diversos motivos de adherencia a sus iglesias madres de
Europa y de Estados Unidos de América cada una de estas iglesias demoró varias
décadas para implementar una política local de formación teológica. El contexto
de aquella época estuvo signado por la presencia de una teología liberal
anglosajona. Las conferencias evangélicas motivaron el desarrollo de una
educación teológica, así fueron apareciendo los "Seminarios Unidos" de
México, Matanzas, Puerto Rico y Buenos Aires. En Literatura aparecieron
revistas como La Nueva Democracia y casas
editoriales como La Aurora y Casa Unida de Publicaciones. Al mismo tiempo
fueron apareciendo entidades paraeclesiásticas como el Movimiento Estudiantil
Cristiano (MEC), las Asociaciones Cristianas de Jóvenes (YMCA y YWCA en sus
iniciales en inglés), y años más tarde la Unión Latinoamericana de Juventudes
Evangélicas (ULAJE).
Este fue el ámbito en el cual se dieron los primeros
esfuerzos de reflexión teológica de evangélicos latinoamericanos. Aliado de
misioneros como Juan A. Mackay, Stanley Rycroft o Juan Ritchie surgieron predicadores y maestros
latinoamericanos que trataron de pensar
la realidad del pueblo evangélico, y expresarla en categorías accesibles no
sólo a los creyentes sino también a las personas pensantes fuera de la iglesia.
Entre ellos destacan los mexicanos Gonzalo Baez Camargo y Alberto Rembao, el
brasileño Erasmo Braga, los argentinos Jorge Prando Howard y Juan c. Varetto, el
portorriqueño Angel M. Mergal, entre otros. Aunque muchos misioneros
independientes e iglesias pentecostales no se sintieran necesariamente
expresados por estos pensadores, su obra de conjunto reflejaba el dinamismo de
la realidad evangélica. Rembao dirigía la revista La Nueva Democracia, en la cual
sin duda muchos intelectuales latinoamericanos se toparon por primera vez con
una expresión teológica protestante de nivel académico, tal como el escritor
peruano Luis Alberto Sánchez lo ha testificado." Las primeras expresiones
teológicas forjadas por evangélicos en América Latina se centran en los temas
de una teología de la misión, Mackay, por
ejemplo, procura interpretar la realidad espiritual del continente buscando más
allá de las manifestaciones de la religiosidad oficial, el hambre de Dios y la
presencia de un "Cristo Invisible" entre algunos de los más
destacados intelectuales y literatos del mundo indoamericano." Mergal
trató de establecer la continuidad espiritual entre los Reformadores españoles
del siglo XVI y el protestantismo iberoamericano del siglo presente Rembao es
posiblemente el más audaz, al intentar formular, con razones históricas y
teológicas, no sólo la legitimidad de la presencia evangélica sino sus
posibilidades de crear una cultura alternativa." La práctica misionera de
Ritchie sirve de base a la creativa eclesiología que propone y que precede a
las más modernas reflexiones sobre indigeneidad y tarea misional.:" Algunos de estos teólogos
incluyen en su reflexión un diálogo con las grandes corrientes protestantes de
teología europea de su momento, pero es importante destacar que el espíritu
evangélico que les viene de su práctica misionera les da una visión crítica y
evita que se convierta en un simple eco servil del protestantismo del viejo
mundo o de Nortcamérica ." En un continente en el cual la intelectualidad
había abandonado al cristianismo oficial, la amistad de Mackay con J osé Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, y
el impresionante número de intelectuales que colaboraban en La Nueva Democracia, son ejemplos de que pese a su
condición tan minoritaria, el protestantismo tenía la iniciativa teológica en
el continente, correspondiente con su vigor misionero. La Segunda Guerra
Mundial y la inclinación general del catolicismo latino hacia el fascismo,
especialmente en sus sectores más conservadores, coadyuvaron a una cierta
identificación entre protestantismo, democracia y apertura al futuro.
Las corrientes que se fueron generando en este
período culminan en la Primera Conferencia Evangélica Latinoamericana (CELA 1)
que se realizó en Buenos Aires, 1949. Su tema central fue "El Cristianismo
Evangélico en América Latina", y como dice Míguez Bonino: "Es una
afirmación de la realidad del protestantismo evangélico, se regocija en su
crecimiento, afirma su derecho pleno a ser parte integrante de América Latina y
representar una fuerza vital en la vida de sus pueblos. Se presenta con firmeza
-y hasta con cierta agresividad- frente a posibles cercenamientos de su
libertad y como alternativa a un catolicismo formal y estático. Bien puede
decirse que fue este tipo de presencia vigorosa y articulada el que causó
profundas inquietudes a los obispos católicos reunidos en Río de Janeiro en 1955.
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