3. La
Reaparición del Protestantismo (1810 - 1860)
3.1. Las Sociedades Bíblicas
Esta
etapa se caracteriza por la presencia de colportores propagandistas de
versiones castellanas de la Sagrada Escritura, que vienen a ser una avanzada de
la llegada del Protestantismo al país. Aunque el fin del período colonial
español no cambió radicalmente la estructura social y política del Perú, se
caracterizó por una creciente difusión de ideas liberales y democráticas entre
una pequeña élite criolla. Con ella se relacionaron los pioneros protestantes
aunque su presencia fue puramente transitoria. Sin embargo, la penetración de
la Biblia y su lectura, dentro de un ambiente de cristiandad, coincide con los
comienzos de un liberalismo articulado en el país. Ambos factores pueden haber
sido importantes en la creación de un espíritu favorable a la modernización
cultural y la libertad religiosa como expresión de un cambio de mentalidad.
Historia de María Jones
Hacia
finales del año 1800, escondida entre las montañas de Gales, Gran Bretaña,
había una pequeña cabaña en la que vivía la niña María Jones. Los padres de
María eran gente trabajadora. Su papá tejía hermosas telas para vender en el
mercado. Su mamá se ocupaba de los quehaceres del hogar. Los domingos María y
sus padres iban a la iglesia. A María le gustaba cantar los himnos; pero cuando
el pastor predicaba era difícil para ella comprender los mensajes. Cuando
escuchaba al pastor leer la Biblia, deseaba saber más de la palabra de Dios.
Entonces nació en su corazón el deseo de tener una Biblia propia.
En
aquel tiempo las Biblias eran muy escasas, y algunas iglesias tenían un solo
ejemplar encadenado al púlpito. En el hogar de María no había Biblia, y aunque
la hubieran tenido, ella no sabía leer. Pero cuando se abrió una escuela cerca
de su casa, su papá le dio permiso para que ella asistiera. El buen maestro
John Ellis les enseñó a los niños a leer y a escribir. Cuando aprendió a leer,
María caminaba todos los sábados más de tres kilómetros hasta la casa de la
señora Evans, la esposa de un campesino rico que poseía una Biblia, para
leerla. Pero más que nada, María quería tener una Biblia propia.
María
comenzó a trabajar para juntar el dinero necesario para comprar su Biblia.
Ayudaba a los vecinos con la limpieza y el cuidado de los niños, apacentaba
vacas, vendía los huevos de dos gallinas que le había dado su mamá, cargaba
agua del pozo, remendaba ropa. María hacía cualquier cosa para ganar unos
centavitos. Después de seis largos años de trabajar y ahorrar, María tuvo lo
suficiente para comprar una Biblia, que en esa época era muy costosa.
¡Qué
emoción debe haber sentido al saber que pronto tendría su propia Biblia! Como
no se vendían Biblias en el pueblo de María, debió ir a Bala, que quedaba a
cuarenta kilómetros de su casa. Tuvo que caminar sólita esa distancia, ¡y
descalza! pues no quería gastar su único par de zapatos, pero lo hizo con
alegría para conseguir su Biblia. Al llegar a casa del pastor Charles, que
vendía Biblias, recibió la triste noticia: “¡Ya no quedan más!” María lloró
desconsolada al oírlo. ¿Sería que se había esforzado en vano durante tantos
años?
Al
ver a María llorando amargamente, el pastor Charles se conmovió. —Hijita –le
dijo–, no te puedo negar una Biblia. Un amigo mío tiene una Biblia que ha
dejado en mi estante. Voy a pedirle permiso para vendértela. ¡Imagina el gozo
que sintió María al tener la Biblia en sus manos! Una Biblia propia y en su
propio idioma. ¡Sin duda fue saltando de alegría todo el camino de regreso a
casa! El pastor Charles no pudo olvidar a la joven que había trabajado durante
seis años y había caminado tanto para conseguir una Biblia en su idioma.
Entonces le surgió el deseo de que todos los niños, jóvenes y adultos tuvieran
también una Biblia. Con la ayuda de otras personas que tenían el mismo anhelo,
fundó en Londres la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera.
El nacimiento de las Sociedades Bíblicas comenzó
con la fundación de la Sociedad Bíblica
Británica y Extranjera (SBBE)
en Londres, en 1804. Los antecedentes de la SBBE hay que
buscarlos en el movimiento de renovación espiritual en Alemania conocido como
Pietismo. (Von Canstein en 1710). Su propósito fue el de incrementar la disponibilidad de Escrituras en
Inglaterra y Gales, pero su visión misionera se extendió rápidamente. La SBBE
no tardó en tener agentes, por toda Europa y más allá, que distribuían
Escrituras y establecían Sociedades Bíblicas y agencias locales. Al limitarse a
distribuir únicamente la Biblia, “sin notas ni comentarios”, la SBBE esperaba
recibir el apoyo de cristianos de todas las denominaciones. Pronto hubo otras
Sociedades Bíblicas nacionales ansiosas de operar en una dimensión
internacional: Países Bajos en 1814; Estados Unidos en 1816; Rusia en 1821; y
otras. Se publicaron ediciones de la Biblia con traducciones aprobadas por las
diferentes iglesias y de acuerdo a sus respectivos cánones.
La palabra Pietismo viene de collegia
pietatis (reuniones informales y devocionales).
Muchos historiadores coinciden en señalar
a Johann Arndt como el precursor del pietismo. En 1610 publicó un libro que
sería considerado ‘la Biblia’ del movimiento, llamado «Cuatro libros sobre el
cristianismo verdadero». En él enfatizaba la necesidad de que todo cristiano
pase por la experiencia del nuevo nacimiento. La vida cristiana debía ser
vivida, de acuerdo con él, en una unión viva y vital con Cristo. Argumentaba,
además, que la pureza doctrinal sería mantenida mejor por una vida santa que
por las disputas teológicas.
Arndt no fue, en estricto sentido, parte
del movimiento pietista, pero contribuyó profundamente a modelar su espíritu y
vocación característicos. Su libro circuló ampliamente por toda Alemania y
alcanzó una fama sólo superada por la Biblia misma.
Tras Arndt, surgió la figura de Philipp
Jakob Spener. Este fue un ministro luterano que, en sus años tempranos, resultó
influenciado por las enseñanzas del reformador de origen francés Jean de
Labadie, quien trabajó arduamente por la unidad de la iglesia en Holanda, y por
los escritos de Richard Baxter, el notable pastor puritano que encabezó un
avivamiento en sus días.
Movimiento religioso protestante iniciado
en Alemania en el siglo XVII, principalmente por Philipp Jakob Spener, como
reacción evangélica contra el intelectualismo de la ortodoxia y el formalismo
dominantes en las Iglesias luterana y calvinista.
Uno de los aspectos que resaltaba era la
conversión individual, "la fe viviente", la buena conducta y la
dimensión espiritual de cada persona.
Se reunían en casa de reuniones se Jakob
los domingos por la tarde y pronto se hicieron populares en toda Alemania. Los
participantes no se separaron de la Iglesia oficial ni de su culto, pero
intentaron cambiar la Iglesia desde dentro. Celebraban reuniones de oración y
estudiaban la Biblia de forma individual y en pequeños grupos, además de llevar
una vida cristiana disciplinada. Insistieron en que los pastores debían tener
fe además de un conocimiento teológico ya que, según ellos tener fe no
significaba aceptar proposiciones teológicas correctas sino confiar en Cristo.
Convencidos de que el mundo podía ser ganado para Cristo a través de la
conversión y la práctica cristiana individual, los pietistas destacaron la
importancia de la educación.
August Hermann Francke, que fue reclutado
por Spener, era un brillante organizador y profesor que convirtió a la
universidad de Halle, fundada poco tiempo antes, en el centro intelectual del
pietismo. La universidad y otras instituciones organizadas por Francke en Halle
enviaron líderes laicos y clericales para influir sobre la clase dirigente de
la Alemania protestante y a la generación más joven de pastores. También
prepararon a misioneros para celebrar el oficio en todo el mundo. Muchos de los
pastores luteranos en la América colonial eran pietistas educados en Halle, al
igual que lo eran la mayoría de los primeros misioneros protestantes de África
y Asia.
Zinzendorf
y los moravos.-
Desde niño Nikolaus Ludwig Graf von bon
Zinzerdof (1700-1760), conde Zinzendorf, en cuyo bautismo Spener había servido
de padrino y que fue criado por su abuela pietista Catalina de Gerdorff, había
mostrado profundos sentimientos religiosos. Cuando llegó la hora de hacer
estudios superiores, sus guardianes, pietistas convencidos, lo enviaron a la
universidad de Halle, donde estudió bajo Francke. De allí pasó a la universidad de Wittenberg,
que era entonces uno de los principales centros de la ortodoxia luterana, y sus
conflictos con varios profesores y compañeros sirvieron para arraigar aún más
sus convicciones pietistas. Más tarde
viajó por Europa y, a insistencia de su familia, estudió derecho. Después se casó y entró al servicio de la
corte de Dresden.
Fue entonces que Zinzendorf entró por
primera vez en contacto con los moravos, quienes cambiarían el curso de su
vida. Los moravos provenían del
movimiento iniciado por Juan Huss, que se hizo fuerte en Moravia y que tuvo que
emigrar para sobrevivir. Zinzendorf les
ofreció asilo en ciertas tierras que había comprado, y allí se establecieron
los moravos, fundando una comunidad que llamaron “Herrnhut” (la manada del
Señor). Pronto Zinzendorf se interesó tanto en aquella comunidad, que renunció
a sus responsabilidades en Dresden y se estableció en ella. Bajo su dirección, los moravos decidieron
hacerse parte de la parroquia luterana que les correspondía. Pero siempre hubo tensiones, pues los
luteranos no estaban dispuestos a aceptar en su seno a aquella comunidad que
Zinzendorf había vuelto un foco de pietismo y que consideraba “ecclesiola in
ecclesia”, una organización supraconfesional con constitución propia, servicio
litúrgico propio y fuerte participación laical.
De hecho, en contra de los deseos de Zinzendorf, quien siempre se
mantuvo fiel a la teología del joven Lutero, termina por surgir de ahí una Iglesia
libre propia. Pero, a diferencia de
Halle, en ella no se ponía el acento en una piedad altamente emotiva, en la
contrición y enmienda, sino (en virtud de una teología cristocéntrica) en la fe
en la reconciliación con Cristo, la alegría por la nueva vida y novedosas
formas fraternas de culto.
Fue singular la lucha de Zinzendorf contra
todo tipo de proscripción de la corporeidad humana, en favor de una doctrina y
praxis matrimonial en verdad evangélica y de la plena cogestión de las mujeres
como miembros con igual derecho en la vida de la comunidad. Papel decisivo jugó aquí, sin duda, la esposa
de Zinzendorf, Erdmuth Dorotea, condesa de Reuss de soltera, que fue una
compañera y colaboradora que sintonizaba con él.
En 1731, en una visita a Copenhague,
Zinzendorf conoció a unos esquimales que se habían convertido gracias a la
labor del misionero luterano Hans Egede, y a partir de entonces su entusiasmo
por la obra misionera no tuvo límites.
Pronto la comunidad de Herrnhut se contagió del mismo entusiasmo, y en
1732 partieron los primeros misioneros hacia el Caribe, donde se establecieron
primero en las Islas Vírgenes y después en la Guayana. En 1735 un grupo de moravos partió hacia
Georgia, en Norteamérica, para evangelizar a los indios, y poco después otra
expedición los siguió. Este segundo
grupo, sin embargo, acabó por establecerse en Pensilvania. A la sazón, Zinzendorf, que había sido
ordenado obispo luterano por Hablonski en Berlín, se hallaba desterrado a causa
de sus conflictos con las autoridades luteranas de Sajonia, y había ido a
Norteamérica para ver lo que podía hacerse en pro de los indios. Pero no fue
sólo en Norteamérica donde los moravos establecieron misiones, sino también en
Sudamérica, África e India. Pronto aquel
movimiento, que al principio contaba solamente con doscientos refugiados, tuvo
más de cien misioneros en esas regiones.
Mientras tanto, en 1747, se le permitió a
Zinzendorf regresar a Sajonia, y al año siguiente se hicieron las paces entre
los luteranos y la comunidad de Herrnhut, que fue reconocida como verdaderamente
luterana. Pero Zinzendorf pasó algún
tiempo más en Inglaterra, donde logró que el Parlamento reconociera la
legitimidad del movimiento moravo y de sus órdenes (el propio Zinzendorf había
sido hecho obispo de los moravos). Por
fin, en 1755, regresó definitivamente a Herrnhut, donde murió en 1760. Poco después, el movimiento moravo rompió
definitivamente con los luteranos.
Aunque la comunidad cristiana morava nunca
contó con grandes multitudes, y pronto le resultó imposible continuar
sosteniendo un número elevado de misioneros, su impacto en la historia del
cristianismo protestante fue notable, en primer lugar, porque contribuyó al
gran despertar misionero del siglo XIX; y, en segundo lugar, porque imprimió su
sello sobre el presbítero anglicano John Wesley y, a través de él, sobre el
metodismo. El pietismo se vio influenciado por el puritanismo inglés a través
de las traducciones alemanas de las obras de Richard Baxter, Lewis Bayly y John
Bunyan, que, a su vez, afectaron el desarrollo religioso de Inglaterra y
América, sobre todo a través de su influencia en Juan y Charles Wesley y el
metodismo. En los países escandinavos, el pietismo, con el apoyo de la nobleza
y de la monarquía, revitalizó a la iglesia. Eclipsado durante un tiempo por la
Ilustración, el pietismo reapareció en el siglo XIX y se convirtió en un
movimiento importante en la Iglesia cristiana. Los pietistas modernos subrayan
el espíritu ecuménico, el "reino de Dios", y su realización en la
historia, la ética y la experiencia personal cristiana.
La figura
dominante de esta etapa de la presencia protestante es la del escocés Diego
(James) Thomson, representante de la Sociedad Escolar Británica y Extranjera, y
de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Según datos de la obra bíblica en
el continente, la labor difusora de la Biblia en nuestra patria tiene sus
comienzos en los albores de nuestra independencia. En julio de 1822 llega al
Perú el ilustre educador y pastor escocés Diego Thomson, invitado por el
libertador don José de San Martín. Como principal material de enseñanza para
las Escuelas Lancasterianas que él habría de establecer, trae un cargamento de
Nuevos Testamentos abastecidos por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Thomson
había tenido éxito en la creación de escuelas normales basadas en el método
monitorial, tanto en Argentina como en Chile. Como se verá en la bibliografía,
es una de las figuras mejor estudiadas en este período, y su obra fue
continuada por el sacerdote Francisco Navarrete, más bien casi un desconocido.
Aunque los colportores que siguieron a Thomson viajaron extensamente por el
Perú, no dejaron el mismo volumen de obra escrita que aquél, y su presencia fue
más bien esporádica. En 1888 se establece la primera Agencia Bíblica del
Pacífico en el Callao, bajo la dirección de don Francisco Penzotti, pastor
metodista, italiano. Los alentadores informes de don Diego Thomson, pesaron
mucho seguramente en la decisión de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera
de establecer esta Agencia. Thomson escribió en una oportunidad: “creo que una
puerta ha sido abierta aquí, que nunca será cerrada; confío que de año en año
se abrirá más y más hasta llegar a ser grande y eficaz”.
3.2. El colonialismo no formal y el protestantismo de inmigración.
La fundación de iglesias y
denominaciones evangélicas en algunos países del mundo de habla hispana se
debió al trabajo evangelizador pionero de personas que habían conocido el
Evangelio y adoptado su fe mientras vivieron en el exilio. En varios países
latinoamericanos existen las llamadas “Iglesias del Trasplante” o
“Protestantismo de Inmigración” como los Luteranos, Anglicanos, Valdenses,
Menonitas, que vinieron de Europa durante los siglos diecinueve y veinte a
países de inmigración como Brasil, México, Argentina, Paraguay y Chile. En
muchos casos eran parte de movimientos migratorios, que respondían a políticas
inmigratorias generales, invitaciones expresas de las élites modernizadoras que
abrían las puertas a las misiones.”
Las interacciones entre migración y religión pasan
por la mediación de la especificidad de las instituciones (protestantismo) y de
la temporalidad histórica. Las “iglesias de trasplante” que es el caso de los
migrantes de origen protestante que llegan a América del Sur, en primer
término, su identidad religiosa estaba pensada en estrecha interacción con lo
cultural y lo étnico. La dimensión de su fe, sus implicaciones, su rol
-supuesto o figurado- en la integración y adaptación de grupos sociales, queda
aún, en gran medida, por esclarecer. Sin embargo, el tema es importante porque
la fe protestante no solo es un factor de creación de sentido, de configuración
de identidades y de prácticas que llevan cultura, sino también porque el
protestantismo es portador de instituciones y actores, los cuales cumplen
funciones específicas de articulación de los migrantes en los nuevos
territorios.
En el siglo XIX las crisis, el desarrollo industrial,
la urbanización, la pobreza y las persecuciones hicieron que 52 millones de
europeos tomasen la decisión –voluntaria o forzada- de navegar hacia los
territorios de América. Provenientes de países católicos o protestantes, las
instituciones de esos sistemas religiosos asumieron políticas diversas pero que
iban en el mismo sentido: hacer que “la fe de sus padres no se perdiese y
evitar –a toda costa- que hombres y mujeres se alejasen de Dios”. La pregunta
que cabe hacer es ¿Qué roles y políticas implementaron las instituciones
religiosas protestantes en sus interacciones con los procesos migratorios, a
fin de no perder su filiación religiosa?. Países del Cono Sur como Argentina,
Chile, Brasil (Río Grande do Sul) y Uruguay necesitaban, para su desarrollo,
mano de obra tanto profesional como urbana y rural, por lo que los gobiernos
implementaron en el siglo XIX políticas públicas de captación de inmigrantes en
Europa. En el contexto de la formación de los Estados nacionales, de su
desarrollo político y de su inserción en el capitalismo, se fue elaborado un
cuerpo jurídico de leyes que garantizaban la separación de la Iglesia y del
Estado. Muchos de los países latinoamericanos tomaron como referencia la
Constitución de los Estados Unidos, establecieron el registro y el matrimonio
civil, secularizaron los cementerios, legislaron la libertad de cultos y el
control del sistema educativo. El avance de las ideas liberales, la búsqueda de
estrategias por parte de las nuevas élites para desplazar el poderío de la
Iglesia católica y la importancia de las potencias anglosajonas en la región,
favorecieron indiscutiblemente la penetración y el desarrollo de las diversas
instituciones protestantes. Numerosos dirigentes políticos latinoamericanos
veían en el protestantismo un aliado estratégico en su intento de reducir la
incidencia de la Iglesia Católica en los nuevos Estados y la posibilidad del
desarrollo de centros educativos para la educación de los hijos de las nuevas
élites liberales.
Este nuevo contexto atrajo a numerosos protestantes
europeos que, más o menos organizados, se lanzaron a la búsqueda de nuevos
horizontes. Fueron ellos los que organizaron las primeras comunidades
protestantes, los que propiciaron las primeras “Iglesias de trasplante” y los
que organizaron las primeras instituciones. La migración como “comunidad de
creyentes” portadores de una cultura y de una lengua, tuvo –en ese contexto- un
carácter étnico. En América del Sur Argentina y Brasil fueron los dos países
que acogieron al mayor número de estas comunidades congregacionales, aunque
también se establecieron en Chile y en Uruguay. En Argentina Estas “iglesias de
trasplante” se asumían como unidades étnicas, lingüísticas y religiosas, es
decir, como “comunidades de alemanes culturales”: los diversos grupos se
establecían los unos cerca de los otros, tenían escuelas propias con la enseñanza
en alemán, no eran proselitistas ya que el proselitismo estaba prácticamente
prohibido en la primera época y su crecimiento dependía del desarrollo
demográfico interno y de la llegada de nuevas comunidades de inmigrantes. En
este sentido las iglesias alemanas tenían como objetivo la defensa de la
comunidad, ya que era la garantía de la transmisión del “carácter alemán y de
la fe luterana”. Permitieron, no obstante -en ciertos casos- los matrimonios
mixtos, pero la actividad pastoral se preocupó particularmente por la defensa
de la herencia religiosa y socio-cultural “la meta de las iglesias residentes
era conservar y transmitir la cultura de origen”. En Brasil En Brasil se dio el
mismo proceso y encontramos en los Estados del Sur un buen número de asentamientos
de “iglesias de trasplante”. Las autoridades brasileñas tenían en la mira el
desarrollo de los Estados del Sur, por lo que orientaron a los inmigrantes
alemanes hacia esas regiones. La preocupación de las autoridades brasileñas era
la de atraer “brazos trabajadores” que cultivasen y produjesen,
independientemente de su religión y de sus creencias. Los inmigrantes alemanes
habían partido de Hamburgo y al llegar a Brasil decidieron llamar a su
asentamiento São Leopoldo, lo que sorprende ya que se trata de un santo
católico, pero la elección de dicho nombre fue para manifestar su
reconocimiento a la emperatriz Leopoldina von Habsburg.
Estas “iglesias de trasplante” han sido llamadas
también “iglesias de inmigración” y están caracterizadas por el hecho de que la
confesión religiosa constituye la base ideológica en la que se enraíza y se
articula al grupo de inmigrantes “trasplantados”. Este proceso tiene por
finalidad una función socio-cultural que es la de aportar su fundamento a la
etnia. Lo importante en estas iglesias en un primer momento no fue tanto el
“credo”, sino el origen étnico y cultural del inmigrante. Incluso en ocasiones
eran “simples clubes religiosos” cuya finalidad fue “preservar las tradiciones
lingüísticas y culturales como objetivo primordial, y sólo en segundo lugar,
sobre la base clara de una concepción de la fe”. Dicho con otras palabras, la
finalidad era, al mismo tiempo, garantizar la continuidad entre pertenencia
étnica y cultura de origen y garantizar la “transmisión” para que las
identidades y las identificaciones se perpetuasen. Para ello las iglesias
propiciaron además el desarrollo de centros de enseñanza asociados a las
instituciones religiosas, en los que la lengua utilizada era siempre la lengua
de origen. En ciertos casos, las mismas autoridades político-religiosas
propiciaban y obligaban a que la lengua utilizada en los cultos fuese el
alemán.
Hay dos formas más de
migración misionera que vale la pena mencionar. Una de las denominaciones
evangélicas que se extendió notablemente en Argentina es la los llamados “Hermanos
Libres”. Esta
denominación ha puesto mucho énfasis en el papel de los laicos en la vida de la
Iglesia en una postura crítica del clericalismo. Su introducción en Argentina
fue resultado de la labor de laicos que llegaron desde Gran Bretaña como
empleados de la compañía británica que construyó el Ferrocarril. Fueron
avanzando al interior del país conforme avanzaba la vía férrea. Sólo cuando ya
existían varias asambleas en Buenos Aires y el interior, solicitaron la venida
de misioneros como maestros y discipuladores. El otro caso digno de mención es el de las colonias Menonitas en
el Paraguay, Uruguay, Argentina y México. Originarios del movimiento
Anabautista del siglo dieciséis en Suiza, peregrinaron debido a la persecución
yendo hacia Alemania y Holanda. Su convicción de que seguir a Jesucristo
implica una práctica de pacifismo radical y la negativa a tomar las armas, los
llevó a formar comunidades que emigraron a países que les permitían mantener
sus colonias agrícolas y los eximían del servicio militar. Se trata de un caso
particular: las migraciones están determinadas por “el acceso a tierras”, es
decir que es la producción agrícola la que garantiza la reproducción económica,
social, étnica y religiosa de la comunidad. Siendo el criterio de “acceso a la
tierra” para poder reproducirse los menonitas migran en grupo, disponen de
grandes extensiones de tierra donde la producción agrícola extensiva da origen
y creación de riqueza, por lo que las comunidades menonitas de estas regiones
son particularmente florecientes. Situadas en regiones relativamente aisladas,
estas comunidades mantienen sus formas de vida, de producción y sus prácticas
culturales y religiosas: las estrategias matrimoniales son endogámicas, lo que
garantiza la reproducción, el estilo de vida y la autonomía, independientemente
del contexto y de la pertenencia a tal o cual estado nacional. Es lo religioso
lo que articula las relaciones sociales garantizando la continuidad cultural,
étnica y religiosa, ya que es el articulador de lo social.
Las instituciones religiosas han asumido
históricamente en las sociedades el rol de ser la “fábrica del individuo”
compatible. Son ellas quienes le han construido la visión del mundo, la
finalidad de la existencia, la normativa ética, las prácticas rituales; son
ellas quienes le han organizado el espacio y el tiempo ritualizándolo y
sacralizándolo. Mediadoras entre el hombre y “el cielo”, las instituciones
religiosas han considerado como un momento potencial de ruptura y de “riesgo”
los procesos de desterritorialización de los creyentes. Y la migración
constituye un momento de individualización pensado como peligroso. Los
potenciales cambios pueden conllevar conversión a otros sistemas o el
alejamiento de la creencia, lo que puede poner en peligro -en la percepción de
las instituciones religiosas- la misma salvación. Ancestralidad y creencia,
fidelidad a la tradición y lealtad con la institución, son los valores
avanzados permanentemente para recordar al migrante su deber. Estas funciones
tradicionales de lo religioso son las lógicas de fondo y el sub-basamento de
las políticas migratorias que observamos en las iglesias de trasplante, se
trata de estrategias para articular pertenencia étnica, sistema cultural y
comunidad de creyentes, mediante las formas de gestión de lo cultural, de lo
étnico y de lo religioso.
Lo que queda es hacer trabajos comparativos en el
tiempo y el espacio, abordando las singularidades del protestantismo de
inmigración y su capacidad de adaptabilidad y sus funciones en nuevos contextos,
determinando las constantes, las rupturas y las implicaciones potenciales en
las políticas públicas en las sociedades contemporáneas.
3.3. Protestantismo, el liberalismo y la Masonería
a: La Tolerancia Religiosa
La relación estrecha que se dio
entre liberalismo, masonería y protestantismo nos coloca en perspectiva con las
raíces históricas que facilitaron el ingreso del protestantismo a América
Latina. Nos revela las alianzas políticas que el protestantismo estableció
desde los primeros días de su actividad evangelizadora en el continente
americano. Al parecer, tanto el liberalismo como la francmasonería estaban
convencidos de que sus postulados trascendían el ámbito socioeconómico; y que
sus elevados principios filosóficos y espirituales eran imposibles de ser
llevados a la práctica por el cristianismo tradicional latinoamericano,
predicado en la forma en que lo hacía la iglesia católica. El carácter
pragmático de las enseñanzas liberales era una característica que carecía la
religión formal. Los francmasones se sintieron representantes de una religión
superior. Fueron varios los asuntos bíblicos y teológicos tratados por la
francmasonería, para esbozar sus argumentos en los inicios del movimiento en
América Latina. Uno de los asuntos teológicos es el cuestionamiento a la
inclinación de las religiones hacia un deísmo práctico, en detrimento del
principio bíblico que sostiene la acción continúa de Dios en la vida humana.
Esta desviación atribuida por los francmasones al cristianismo tradicional la retoma
la Iglesia Católica, adjudicándosela luego a ellos. Por ello, los liberales y
francmasones insisten en que, de atribuírseles un grado de religiosidad, éste
debe ser situado dentro del marco de una “religión de la acción”.
Según los liberales, su preocupación por el bienestar social hizo que su
ideología se colocara a la altura de la mejor expresión del cristianismo. La
inoperancia de la religión tradicional, en el desarrollo de los pueblos, era
criticada por los liberales. De esta manera, la religión natural predicada por
los liberales logró imponerse al catolicismo. Los liberales pretendían alcanzar
una religión que no cuestionara el status quo, mucho menos que se viera
involucrada en un plan de transformación del orden establecido. Por ello
criticaban la militancia política del clero católico, que atentaba contra el
sistema vigente. En otras palabras, los liberales no permitirían que la Iglesia
Católica utilizara los símbolos religiosos para indisponer al pueblo. El desprestigio
de la Iglesia Católica promovido por los liberales se derivó del papel político
desempeñado por ella. Los liberales deseaban una religión pragmática que
lograra enmarcarse dentro del incipiente sistema capitalista introducido por
ellos en los países latinoamericanos. Esta nueva religión “científica”,
conforme a lo predicado por el positivismo, llevó a los intelectuales liberales
a buscar un debilitamiento del catolicismo.
En América Latina, muchos de los pioneros del protestantismo estuvieron
ligados a la francmasonería; de allí que el protestantismo y la masonería no
fueran movimientos antagónicos. Sin proponerlo la francmasonería resultó
beneficiosa para los protestantes, al defender en principio la libertad de
culto y, en la práctica, declararse contra el monopolio de la Iglesia Católica
heredado de la Colonia, que se oponía a todo cambio social. Ahora bien, ¿en qué
medida existió afinidad ideológica entre estas dos corrientes? Seis son los
rasgos que caracterizaron esta afinidad en ambas sociedades imperantes.
El primero que llevó a legitimar las condiciones sociales
imperantes, por injustas que éstas fueran- era la sumisión que se inculcaba a
los feligreses de ambas, respecto al Estado. Pese a esto, el comportamiento de
liberales y francmasones era diferente al de los protestantes. Los
francmasones, como los liberales, se interesaron en conservar las estructuras
políticas y sociales introducidas por ellos a fin de evitar cambios profundos
que pudieran alterar sus planes de clase o grupo alternativo. En el
protestantismo, la perspectiva acerca del Estado era fruto, por un lado, de la
visión teológica y, por otro, de los condicionamientos impuestos por el mismo
liberalismo. La desaparición de la autonomía religiosa frente al poder político
coincidió con la llegada al poder de los liberales. En un sentido, la
neutralidad política de la francmasonería aparecía como un dogma que sólo podía
ser comprendido a través de sus ideales y aspiraciones como parte del poder
político.-
El segundo rasgo que identificaba tanto a los francmasones como a
los protestantes era el relacionado con los valores éticos. En ambos, el
comportamiento ético no trascendía la conducta individual, es decir que ni a
uno ni a otro interesaban los problemas de orden estructural, generadores de
los males sociales. Las exigencias de orden personal e individual aparecían
como un requisito importante, que debían cumplir los miembros de la
francmasonería. Para ser miembro de una logia, debían los candidatos “gozar de
buena opinión y de buen concepto moral e intelectual”.
Un tercer rasgo refuerza la
idea de que la democracia y el protestantismo son perfectamente compatibles.
Los liberales pensaban que, mientras la Iglesia católica mantuviera su poder en
las conciencias populares y en la sociedad en general, no podía existir
democracia en los países latinoamericanos.
Un cuarto rasgo donde
convergían el protestantismo y la francmasonería, o el pensamiento liberal en
general, es el que se refería a la perspectiva teórica a propósito del trabajo.
Para protestantes y liberales, el trabajo no estaba en función de la
realización humana; era el ser humano el que estaba para servir al trabajo. Los
liberales como representantes de un capitalismo que se abría paso en América
Latina, opinaban que el trabajo productivo de las grandes masas sería un factor
determinante en el desarrollo de tan pobres naciones. Con base en esto,
repudiaron el derroche del dinero y aconsejaron la práctica del ahorro; también
los protestantes tomaron en cuenta lo anterior en su discurso moral.
Un quinto aspecto en el que también tuvieron afinidad protestantes
y francmasones es el que se relacionaba con algunas cuestiones teológicas de
fondo. La francmasonería, como ya lo hemos asentado, habló de religión y de
teología, pero sus fundamentos, en este particular, eran muy similares a los
predicadores por el protestantismo; es decir, encierra un carácter abstracto en
las definiciones teológicas.
El temor que se tenía a los cambios sociales de fondo y la legitimación
del sufrimiento humano, como fruto de las leyes divinas, era un sexto rasgo
que aparecía en estas dos sociedades. Aunque en el liberalismo este temor tiene
fundamentos políticos, en el protestantismo su origen es más que todo
teológico. Podemos concluir, por lo anterior, que la francmasonería y el
liberalismo buscaron una relación fraterna con el protestantismo; porque,
dentro de los planes de los primeros, como clase social en ascenso, se requería
de una ideología religiosa que pudiera competir y limitar a la Iglesia
Católica; esta última, por perpetuar sus intereses y el papel asignado por el
orden colonial, formó parte de los sectores que habían heredado el poder
político. Dentro de este escenario, cuyo fin era sustituir el poder político,
el protestantismo buscó abrirse paso en la sociedad latinoamericana, y en
nuestro caso, en Perú. De allí, pues, que ambas organizaciones fueran
utilizadas recíprocamente para lograr sus objetivos particulares. Ahora, si el
trasfondo político del contexto latinoamericano en esta época fue un elemento
importante, promotor del acercamiento entre protestantismo y liberalismo, no
podemos omitir el hecho de que el trasfondo teológico liberal fuera en realidad
una preparación ideológica para aquellos misioneros que llegaron al Perú, desde
Europa y Estados Unidos, aceptando con naturalidad las aspiraciones y
postulados de los liberales.
En suma, el gran aporte que hicieran estos tres actores sociales que han
sido nuestro objeto de estudio como son los liberales, los protestantes y los
masones, en el contexto socio-histórico del Perú, entre los años 1810-1930, nos
dan cuenta de una alianza estratégica que nos demuestra que una temática común
en una agenda que planteaba conceptos valóricos transversales a ellos, los
hacen sentirse fuertes y con un sentido de orientación que les permite
enfrentar con altura de miras a un actor social hegemónico como lo es la
Iglesia Católica.
Esta “sociedades de ideas”
contribuyeron con nuevos modelos asociativos, en medio de una sociedad
globalmente organizada en torno a una estructura jerárquica, compuesta en
esencia por actores sociales colectivos. Estas sociedades de ideas fueron
portadoras de la modernidad, en el sentido de que estructuraban nuevas formas
de organización de lo social, centrada en el individuo como actor político y
social. Estas sociedades de ideas estaban centradas en las ideas. En este
sentido estas sociedades anticipan el funcionamiento de la democracia, pues
ésta iguala también a los individuos dentro de un derecho abstracto que es suficiente
para constituirlos en ciudadanía que contiene y define la parte de soberanía
popular que le corresponde a cada uno. Si miramos a los próceres del Perú,
tuvieron la inspiración de las ideas liberales, masónicas y protestantes en
Europa, las que las traducen en verdaderas cartografías de navegación en pro de
incipientes naciones democráticas y libertarias.
3.4. La Tolerancia Religiosa en el Perú.
El titubeante
carácter laico del estado peruano es un fenómeno de larga duración, cuyas
raíces históricas sólo recientemente han comenzado a examinarse. La tendencia
moderada predominó en el seno del liberalismo peruano, mientras que la
corriente radical sólo alcanzó un desarrollo limitado. Estos rasgos
condicionaron el alcance de la lucha por la tolerancia religiosa, ingrediente
esencial de la modernidad liberal. Durante el período comprendido entre 1820 y
1840, los fundadores de la nueva república se mostraron convencidos, por una
parte, de que la religión católica era una garantía irrenunciable de la unidad
política del país y, por otra, se les presentó la necesidad práctica de
permitir la tolerancia religiosa para facilitar la apertura al comercio mundial,
en el cual los extranjeros avecindados en el territorio desempeñaban un papel
importante. La influencia de la iglesia católica, que mantuvo su posición de
religión protegida por el estado y de cuasi condición de ciudadanía, hará que
la libertad religiosa se aplique sólo a los extranjeros y se reprima cualquier
amago de proselitismo no católico dirigido a la población nacional. Con todo,
la permisividad frente a los cultos privados protestantes abrió una brecha para
que fuera introduciéndose un ideal tolerante en la vida política.
En las décadas de
1840 a 1880, la ideología del progreso pareció unir a liberales moderados y a
conservadores, sobre todo en lo que respecta a tomar medidas que
contrarrestasen el poder económico de la iglesia, pero la desunión y la
acrimonia resurgieron cada vez que se planteaba el problema de la tolerancia de
cultos. Para el sector liberal radical, la abolición de la intolerancia
permitiría el fomento de la inmigración extranjera, elemento esencial dentro de
su planteamiento de progreso y modernidad. Para los conservadores, esto
significaba el fin de la unidad religiosa y por tanto de la civilización
peruana, con la inevitable secuela de caos saos social. Aliados de este sector
resultaron los moderados, que se negaron a impulsar de forma sistemática la
laicización del estado. Los momentos liberales entre 1856 y 1867 lograron
limitar la reacción conservadora y mantener las tendencias hacia la
secularización por más tiempo.
El período
1880-1915 se inaugura con la derrota en la guerra con Chile, episodio que
genera un clima de crítica hacia los sectores dirigentes, los cuales buscaron
redefinir su programa modernizante, esta vez echando mano del positivismo,
aderezado de nociones racistas, que se conjugó con el afán de promover la
inmigración europea. No sólo se consideraba la tolerancia como la expresión de
un grado superior de civilización, sino que los sectores liberales más
radicales empuñarán abiertamente la bandera de la laicización del estado, con
lo cual surgirá el primer anticlericalismo digno de tal nombre en la historia
peruana. Los sucesos ocurridos como la nacionalización de los cementerios y la
instauración del matrimonio civil. Ante este embate secularizador, la iglesia y
sus partidarios nuevamente apelaron a la necesidad de la religión única como
garantía social de unión. El bloque radical es descrito como una amalgama de
liberales, sociedades artesanas, intelectuales y clubs literarios, además de las
logias masónicas que descollaron en las campañas anticlericales y en pro de la
tolerancia.
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